Gianni Infantino es el nuevo presidente de la FIFA, Federación
Internacional de Fútbol. Su elección ha significado el cierre al tortuoso
proceso iniciado con las investigaciones del FBI sobre delitos monetarios de
varios miembros de la organización y que ha salpicado de paso a los presidentes
de la propia FIFA y de la UEFA.
Envueltas las votaciones en una promesa colectiva de
regeneración, lo cierto es que han sido los miembros del sistema quienes han
acabado eligiendo al mandatario entre algunos de ellos. El elenco ofrecía
currículums tan llamativos como el del propio nuevo presidente, estrecho
colaborador de alguno de los altos cargos inhabilitados, o el de su mayor
competidor, acusado de violar no pocos derechos fundamentales de las personas.
El mundo del fútbol genera tantas pasiones como sospechas
pero a poca gente le ha parecido reprobable este paralelismo. A día de hoy se
pueden destacar ya algunas declaraciones, artículos y manifiestos contrarios a
la gestión indecorosa de los organismos que manejan este deporte, pero estas
reacciones teatrales dicen tanto de sus autores como de sus destinatarios. Los
malhechores tienen su parte de culpa como es de justicia, pero los
patrocinadores se han inhibido de todos los pestilentes procesos con el recurso
de las cláusulas de confidencialidad; las autoridades europeas han convivido
con esta organización desde hace más de un siglo y han tenido que ser los
estadounidenses quienes hayan removido el cotarro. Lo mismo vale para el
periodismo, que relegó a cuestiones exóticas las investigaciones y denuncias de los
pocos que se atrevieron a hurgar en los asuntos de la FIFA. A la ciudadanía solo le
ha resultado llamativo que quienes han sido capaces de multiplicar el fútbol a
nivel mundial hayan incrementado exponencialmente sus beneficios privados según
ponían chinchetas en el mapamundi.
Los informes que se han ido publicando acerca de la
transparencia o las buenas prácticas en el deporte y, más concretamente, en el
fútbol han sido a cuál más sonrojante. Las asociaciones que han votado a
Infantino ocuparían posiciones preeminentes en los índices de corrupción más
independientes pero, sin embargo, allí estaban y se convertían en voz y voto de
todo el planeta futbolístico. Jugadores de ambos sexos, entrenadores, clubes y
aficionados no tienen cabida en esta elección.
Quizás el problema sea que el fútbol forma parte de una
sociedad a la que en su mayoría estas cosas le parecen normales. Solo hay que
repasar cómo funcionan a nivel interno los partidos políticos, los sindicatos,
las grandes corporaciones, un montón de pequeñas y medianas empresas, las
universidades o ciertas religiones mayoritarias. Reducir másteres de dirección a
prácticas de conchabe debería entenderse como una involución pero mientras
exista un sistema capaz de garantizar por contrato que en cien años se puedan
cantar millones de goles quién va a reparar en la letra pequeña.