Un jugador del Barcelona, Daniel Alves, publicó varios
mensajes la pasada semana en las redes sociales, entre los que destacó uno en
particular, en el que se refería a la prensa como una puta basura [sic]. La mayor parte del periodismo, así
como el propio club para el que juega el futbolista, reaccionaron ante el
exabrupto.
Es tan injusto como imposible generalizar con los
periodistas, como no se puede admitir como infalible la idea muy extendida de que todos los
futbolistas sean unos puteros, incluidos los que están felizmente enamorados,
tal y como le sucede al propio Alves, o que toda la política es corrupta. Con
toda probabilidad se acertará y fallará en la misma medida si incluimos a todos
los miembros de cada gremio. Tampoco los motivos a los que se refiere el
brasileño pueden englobar con justicia a la totalidad de los profesionales
aludidos. Eso, si consideramos lo de basura como un insulto pese a que los países más civilizados del planeta la compran como fuente de energía ecológica. No pienso, con sinceridad, que el azulgrana haya recogido esta versión.
Pero tiene razón. Puta no lo sé, pero basura o algo similar sí somos un poco. Lo
somos porque hemos permitido que manden en los medios los ejecutivos en lugar
de los periodistas. No hemos ni tosido ante miles de despidos en un país en el
que todavía podíamos pronunciarnos en público. Seguimos tolerando el
infraempleo, los becarios explotados, la enorme diferencia de salarios entre
los que mandan y los que obedecen, los pagos en B o el descrédito de la carrera. Hace tiempo que los
políticos deciden sobre las informaciones y los puestos de trabajo en la prensa o
que los clubes chantajean a las empresas informativas con la concesión o
retirada de licencias para acompañar la venta de ejemplares de incomprensibles
accesorios oficiales del equipo correspondiente. El machismo del deporte se
extiende al periodismo que lo cubre y son muy pocas las mujeres que dirigen
medios o redacciones.
Estamos siendo basura al enviar a las tertulias a personajes
que envilecen a sabiendas el ejercicio de la profesión para la que algunos
estudiaron, otros no. No solo eso, las estamos organizando, planificando, desarrollando,
vendiendo y celebrando con la pompa del trabajo fácil de producir y de costes
reducidos. Hemos dejado la investigación en manos de cuatro individuos que a
ojos de sus compañeros aparecen como deliciosos inadaptados. Admitimos ruedas
de prensa sin preguntas y no nos preguntamos cómo podemos llamar a eso ruedas
de prensa.
Hemos ignorado menciones a los derechos humanos más
elementales, salvo honrosas excepciones, en nuestras páginas y horas de radio y
televisión. Hemos cambiado el trabajo de campo, el reportaje, por el tuit y el
rumor, a los que hemos convertido, por mor de la inmediatez, en textos
sagrados. No hemos profundizado en la entrevista, en la historia personal, y sí
nos hemos embebido de las muecas de los protagonistas en un paseo, un
entrenamiento, una reunión o un baile de disfraces. Nos hemos relajado con el narcótico de la tarea funcionarial cuando por definición el periodismo es todo lo contrario. No respetamos a nuestros mayores y forjamos ídolos artificiales que en su vida han sacado una noticia.
Asimilamos unos índices de intrusismo a los que solo parece
superar la hostelería. Descartamos informaciones dignas de denuncia sobre las
grandes multinacionales que pagan publicidad o que forman parte de la propiedad
del medio. Omitimos responsables y sucesos bajo la presión de la nómina
mensual. Ni reparamos en que no dejamos de reírles gracias similares, desplantes, silencios y malas caras a personajes como Alves, grandes empresarios y políticos de toda ralea. Nos hemos dejado apartar de las fuentes que filtran la actualidad pese a que así presentamos noticias planas y uniformes en casi toda la competencia para perjuicio de las audiencias.
Todos estos son motivos suficientes para referirse a una gran
parte del periodismo actual como basura, pero de ninguno de ellos parecía
hablar Daniel Alves, al que la calidad del producto al final le importa un
rábano. Él quiere que no le provoquen, ni a él ni a su club o a otros
parecidos. Somos una basura, sí, pero sobre todo por no defender a capa y
espada, como se decía hace décadas, a nuestra profesión, la más maravillosa del
mundo.
No se puede decir más claro. Maravilloso.
ResponderEliminarMuchas gracias Daniel por el comentario. Un saludo
EliminarEs triste aceptar que tienes muchísima razón en todos y cada uno de los aspectos que relacionas. Al final todo nos lleva a una pérdida de libertad y aborregamiento que nos hace más idiotas cada día, o al menos más acomodados. Un tema que da para una buena tertulia con vino y sin reloj. Saludos
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