domingo, 27 de diciembre de 2015

Mourinho, Guardiola, jefes de prensa

Los grandes clubes de fútbol equivocan el tiro cuando se entregan a un entrenador y en el trueque entre talento e historia, esta última sale por el desagüe. Son pocos quienes han pensado antes en el estilo o en la tradición que en los resultados y por ello se hipotecan estos valores frente a las presuntas garantías de triunfo.

Los casos de José Mourinho o Louis van Gaal en la Premier League y de Pep Guardiola en la Bundesliga son los últimos pero en absoluto los únicos. El personalismo del gestor de recursos humanos se impone al plan estratégico y mientras los trabajadores estén a gusto con la situación es posible que la ecuación se cumpla. Cuando el jefe pierde su autoridad moral, los naipes del castillo comienzan a fallar y a provocar que la estructura se desmorone.

Cuestiones deportivas al margen, uno de los puntos en los que se ha producido una mayor cesión es en la comunicación. Es mayor en tanto que la repercusión y visibilidad de los clubes en todo el mundo depende en gran medida de este aspecto. El control que estos entrenadores ejercen sobre el contenido de los mensajes, su número, los destinatarios de las entrevistas y la plantilla es férreo. Las consecuencias derivan en lo inevitable: cuando personas que carecen de formación en un área se encargan de ella, llega el desastre.

No comprenden las entidades que si bien su estrellato depende de los triunfos, su estabilidad y promoción dependen de su imagen. Lo primero puede ser proporcionado por esos entrenadores, lo segundo suele recaer en que el club sea reconocible y transmita cuestiones con las que los aficionados se identifiquen para compartirlas. Mal negocio es limitar el contacto con estos a través de los medios de comunicación. La universalidad de la información actual exige a las organizaciones un papel protagonista que debe ir más allá de veinte textos en las redes sociales y una rudimentaria conferencia de prensa.

El capital humano de un equipo de fútbol recae en sus jugadores pero estos se han convertido en joyas inalcanzables incluso para las portadas de los diarios. Parte de responsabilidad es de los propios futbolistas, que no comprenden que aparecer en la prensa es bueno para ellos porque les sitúa ante la opinión pública y les acerca a personas que pueden seguir sus tendencias comerciales. Entienden que les favorece el mutismo generado por el club al conceder esta gestión a su entrenador porque piensan que así trabajan menos. Por encima de todos, la institución es la principal perjudicada porque se conforma con un discurso plano, rígido y vacío. Sus principios se desvanecen a ojos de los seguidores y transmiten la sensación de que sus valores dependen del preparador de turno, convertido a causa de las urgencias en un ineficaz jefe de prensa.


domingo, 20 de diciembre de 2015

Piqué y la desmesura

Gerard Piqué lanzó ayer un nuevo mensaje desde su cuenta en redes sociales con el que manifestaba un hecho indiscutible: su acumulación de trofeos, insultante para muchos compañeros de profesión y para no menos aficionados rivales. Con este comunicado reavivó las llamas de cierto radicalismo en cuanto a la respuesta obtenida. Sin embargo, todo el asunto dice más del país que valora su actitud que del jugador mismo.

Hace unos días, el presidente del gobierno y el jefe de la oposición se tacharon el uno al otro ante millones de televidentes de indecente, ruin o miserable. La ejemplaridad que se les debería exigir está, por lo menos, a la altura de la reclamada al azulgrana. Sin embargo, la inmadura democracia española no puso muchos reparos a la bocaza de los dos políticos más representativos del parlamento y a otra cosa mariposa.

Se ha pitado a Piqué presuntamente por su asistencia a una manifestación nacionalista y su comportamiento culé ante el madridismo militante. En ambos casos estamos asistiendo a la práctica de un derecho fundamental como es la libertad de opinión y expresión. En cambio, cuando Piqué se puso gallo con un agente de la autoridad en medio de la calle no fue tan reprobado, cuando esto sí que atenta al buen comportamiento de un ciudadano, por no hablar del de un personaje.

La confusión de valores ha inundado a la sociedad y la descompensada reacción por unas cosas u otras es un buen ejemplo. Han saltado a la palestra defensas de diversos ámbitos al futbolista Álvaro Arbeloa, enzarzado en la polémica con Piqué. La milicia de abogados del jugador madridista, de quien por cierto algunos compañeros actuales y pasados opinan que es un cretino, no estuvo tan espabilada para denunciar el incivismo del barcelonista frente a la guardia urbana de Barcelona. No falla, nos decantamos por lo fácil en lugar de lo apropiado.

En todo caso, Piqué demuestra algo incuestionable en el fútbol: que es del equipo para el que trabaja. Sus comentarios pueden desagradar pero cumplen con la premisa de que forman parte del envoltorio de un personaje, de un futbolista que piensa más allá del terreno de juego y que aporta chispa a un mundo, el del fútbol, cada vez más opaco y rígido. Con mensajes de esta clase Gerard Piqué se significa, algo fundamental en toda clase de profesionales populares.

De toda la polémica, lo único que achaco a Piqué es que no utilice su innegable talento para la comunicación en aspectos relativos a movimientos sociales, protestas ante injusticias o sensibilización acerca de los graves problemas que afectan al mundo, del que él, Arbeloa, los dos insultones del debate y todos nosotros formamos parte. Una muestra podría haber sido pedir disculpas por ese incidente con el policía y que decidiera entregar a una ONG o asociación similar como mínimo el mismo importe que le fue impuesto en la multa correspondiente y lo anunciara para difundir la necesidad de ayudar en cuestiones humanitarias. Al final, siempre se nos escapa la perfección por algún resquicio.






lunes, 14 de diciembre de 2015

Fútbol sin gritos

Mañana miércoles estaré en Valladolid invitado por el Colectivo Laika a la jornada #FutbolSinGritos. La idea de un deporte en el que se pueda encontrar pasión pero no alarma es muy importante en una sociedad que precisamente se decanta por combinarlas en exceso. Iniciativas de este tipo son fundamentales para asimilar que el fútbol no tiene por qué reportar altercados.

Mi ponencia trata sobre la responsabilidad social del futbolista. La responsabilidad social, aplicada a la empresa, es un sistema de gestión que procura retornar a la sociedad una parte de los beneficios obtenidos y dialogar con los llamados grupos de interés, es decir, las personas o colectivos con quienes se relaciona un negocio. En el caso de los futbolistas son muchas las vías que pueden escoger para llevar a la práctica un modelo similar.

Se trata de un gremio que genera tendencias, al que imitan desde sus peinados hasta sus celebraciones, pero carece de compromiso. Si tenemos políticos corruptos, empresarios corruptos y ciudadanos corruptos es comprensible que topemos con futbolistas pecadores pese a la pátina de intocables que clubes y aficionados les otorgan. En la Liga española, por ejemplo, cohabitan jugadores imputados en la compra de partidos, en un presunto chantaje sexual o acusados de malas prácticas fiscales. Otros campeonatos disponen de su propio catálogo de agravios y lo único que se pone de vez en cuando en entredicho es el salario que este sector ingresa.

A nadie le sorprende que sean excepciones los futbolistas que mencionan en público los problemas que más preocupan a la sociedad. Se entiende como normal que su aportación humanitaria sea una visita protocolaria a un hospital cuando se acercan las fecha navideñas. Pocos se preguntan por qué los mensajes benéficos de los jugadores sean idénticos copiados y pegados cuando se refieren a alguna campaña de una ONG o agencia de ayuda internacional, redactados por los equipos de promoción de esas fantásticas organizaciones.

Si la sociedad se ha vuelto muy exigente con los gobiernos y las empresas, no ha sucedido lo mismo con sus ídolos. Incluso desde un punto de vista interesado, para un deportista es un elemento de diferenciación brutal que le acercaría a no pocos patrocinadores: es necesario que los protagonistas del deporte entiendan que su poder transmisor fabrica conciencias entre sus seguidores y que muchos problemas que azotan al mundo serían más conocidos con su implicación. Hace nada ha finalizado la Cumbre del Clima, ¿han leído alguna declaración de deportistas acerca de esta problemática mundial? La emigración cambia las vidas de muchos de sus fans, de incluso compatriotas, ¿algún comentario, sin olvidar que no pocos futbolistas son de hecho emigrantes? La pobreza asola sus propios países en bastantes casos, ¿disponemos de programas creados o participados por estos personajes para contribuir a su desaparición? El deporte arrastra malos hábitos de género, ¿tenemos algún ejemplo de manifestación inequívoca contra estas discriminaciones?

El lado bueno del deporte parece ligado a la indiferencia y esto es injusto para quienes celebran y lloran triunfos y derrotas. La ejemplaridad no es un objetivo inalcanzable para quienes tienen el poder de influir con su trabajo en el ánimo de millones de personas. Con el resto de ponentes de #FutbolSinGritos conoceremos otros lados de este extraordinario fenómeno, el fútbol, y de algo inigualable, las personas.


domingo, 6 de diciembre de 2015

El Madrid de la desproporción

La desproporción es mala acompañante de la credibilidad y el Real Madrid ha dado un golpe brutal a lo que le quedaba de esta última a raíz del asunto de la alineación indebida de su futbolista Denis Cheryshev en el partido de Copa ante el Cádiz.

Enfrascado en muchas batallas de la que muchas no tienen ni siquiera relación con el deporte, el organigrama del club desatendió lo más elemental para un equipo de fútbol: quién puede jugar y quién no. Es la base del deporte, como cuando los niños eligen a sus favoritos para disputar un partidillo, en el que los buenos juegan y los malos se dedican al escondite. Pero en el Madrid falló el procedimiento y se resintió la estructura.

Después vinieron las reacciones desmesuradas. En primer lugar, negar la evidencia bajo argumentos que sonrojaron hasta al juez que debía dictar su suspensión, quien por cierto no se cortó a la hora de poner a caldo al club. Aún peor fue la decisión de exponer a Florentino Pérez a explicar este asunto, que por muy trascendente que parezca solo es un fallo doméstico de uno o varios empleados. Es difícil imaginarse al presidente de una multinacional dando una rueda de prensa porque uno de sus trabajadores ha recibido una multa de tráfico. Sin embargo, en el Real Madrid se ha optado por colocar la cara de su máximo responsable en todo entuerto. Malo para el club y malo para el personaje.

Recuerdo cuando falleció Ladislao Kubala en 2002 y Florentino Pérez visitó la capilla dispuesta en el Camp Nou. Los socios del Barcelona le aplaudieron. Eran tiempos en que el Real Madrid contrataba fenómenos y se erigía en modelo de gestión económica y deportiva. También era un ejemplo de comunicación porque a las malas, en las pocas ocasiones en que se producían, respondía con una intervención de Jorge Valdano, en nómina del club y que trataba con azúcar cualquier contratiempo, por amargo que pareciera. Hoy en día, ante una dificultad, el portavoz del Madrid genera más dificultades y, lo peor para su propio interés, asocia su figura al conflicto. Con esta fórmula su credibilidad se reduce a la acumulación de problemas en lugar de soluciones y este sambenito es muy costoso en reputación.

Nadie en la entidad ha sido capaz de convencer a Florentino Pérez de que su modelo de presidente no puede ser el típico del fútbol español: dicharachero, desafiante y locuaz. El ejemplo a seguir es el de los mandatarios del fútbol británico, en el que ni los rusos y árabes más ricos del planeta abren la boca para valorar un tema deportivo. Imaginen a Abramovich dando explicaciones porque su equipo ha alineado a un tipo que arrastra una sanción. El caso es que todavía no ha finalizado este asunto y que sin duda habrá nuevas ocasiones frugales en las que mucho me temo que el Madrid usará a su artillería cuando solo hará falta un tirachinas.


domingo, 29 de noviembre de 2015

La fórmula es pagar

Este fin de semana ha concluido el campeonato del mundo de fórmula 1 y, con él, las transmisiones de este deporte en abierto para toda España. Al margen de la calidad o mediocridad de las emisiones durante estos años, de los panegíricos indecentes que se han hecho a Fernando Alonso y que sirvieron para minimizar a otros pilotos españoles de la parrilla, o del desaprovechamiento de los derechos por los canales tenedores en estos años, el final de la gratuidad suscita un denso debate acerca de los nuevos tiempos de la televisión.

En su día el tumulto se produjo con el fútbol. Se llegó a hablar de guerra entre las plataformas digitales, que luego acabaron uniéndose. El gobierno de turno legisló sobre el interés común de algunos acontecimientos para asegurar su emisión abierta y la audiencia se sintió compensada con el regalo de poder disfrutar de un Madrid-Barça, los partidos de la selección o los Juegos Olímpicos. Más de una década después, las protestas son mínimas y se corresponden por la mala calidad del servicio más que por el hecho de retratarse para acceder a los contenidos.

Se trata de la evolución natural del deporte. La irrupción de intermediarios para negociar la venta de derechos incrementa el precio de las competiciones y los tradicionales canales no pueden acudir a las subastas solo con el recurso de la publicidad en el bolsillo. La juventud actual no conoce más que de oídas el acceso a una exclusiva cadena de televisión estatal y le puede chirriar esta discusión, que se retomó en el inicio de la temporada del campeonato de motociclismo, que ha convivido entre la emisión ejemplar de pago y la desmerecedora del canal que comparte los derechos en abierto.

Ahora le tocará el turno al automovilismo. La reacción negativa no ha sido masiva por dos razones: primero, aún faltan cuatro meses para que vuelvan a rodar los monoplazas; segundo, Fernando Alonso no levanta la pasión de antaño y sus malas campañas encadenadas han destensado a los aficionados. Pero, ¿eran seguidores del deporte o del piloto? Me temo que España no es país de fórmula 1 y solo el desempeño del asturiano provocó el enamoramiento a una disciplina más propia de británicos, alemanes o brasileños.

La tendencia del negocio es inequívoca hacia el pago por visión. España es el país que reclama los servicios de Dinamarca a cambio de los impuestos de Burundi y no es un modelo de innovación. La adaptación a los nuevos tiempos, por poco que guste a los aficionados, no es acoger como si fueran nuestros al Black Friday, Halloween o Santa Claus; se trata de amoldarse a la caja registradora de los deportes.