martes, 24 de octubre de 2017

De premio, un balón

Una revista científica, Current Biology, ha publicado un informe en el que se demuestra que una especie de musarañas, animalillos similares a los ratones, son capaces de reducir el tamaño de su cabeza un 30% cuando llega el invierno. Esta capacidad ha sorprendido a los investigadores tanto como ha abierto una nueva ruta para escapar del engorroso proceso de la concesión de los premios de mejor futbolista masculino y femenina.

Pese a que los días previos han sido más benévolos con los descreídos de estos galardones, la pompa de la gala organizada por la FIFA, las opiniones que aficionados de todo pelaje han lanzado en las redes sociales y el ego aumentado o herido de sus protagonistas son una cantinela que sigue al mismo tiempo enamorando a la clase dirigente del fútbol y desencantando al resto, exceptuados los ganadores.

El Balón de Oro fue un premio de enorme prestigio pese a que nació con unas limitaciones que hoy serían inaceptables, ya que apartaba de su elenco de candidatos a todos aquellos futbolistas que no fueran europeos. Más tarde se amplió el abanico a cualquiera que jugara en un club del viejo continente. Por último, la revista France Football, creadora de la iniciativa, llegó a un acuerdo con la FIFA, que por su lado concedía otro galardón, para aunar ambos reconocimientos. De toda la historia, lo único que se podía conocer de antemano era el final: publicación y organismo han acabado por separarse y volver a las antiguas costumbres.

Sin embargo, la imagen del Balón de Oro está seriamente dañada. La FIFA es como el eucaliptus, que absorbe todo lo que entra en contacto en ella y de ese modo erosionó la hermosa tradición periodística. Una organización de corrupciones probadas, de repente, adquiría los derechos de una vieja propuesta y convertía la entrega, casi íntima, del premio en una tómbola comparable a los peores festivales veraniegos.

Son los futbolistas un gremio arisco con la publicidad. Por cada ganador de trofeos individuales hay millones de damnificados que son, como mucho, segundos. Los compañeros de equipos de leyenda quedan reducidos a la medalla de los títulos obtenidos y a un recordatorio protocolario en el discurso del premiado. Todo este doloroso proceso, en un pequeño plató, a la usanza de los actos organizados por France Football en su día, queda dulcemente mitigado. Hoy, con la transmisión para todas las televisiones, la prodigiosa red de internet y las mayores condiciones para la comunicación de la historia de la humanidad, su visionado se ha multiplicado de forma exponencial.

La Liga española ha tenido la suerte o la habilidad de conseguir que dos de sus jugadores sean quienes se han repartido esta distinción durante la última década. Para contentar a unos y a otros, la FIFA ha variado el sistema de puntuación y votación, se ha pasado la mano por el hombro o por el talonario a los disconformes y a otra cosa mariposa. Su brillo ha sido tal que incluso cegó a los programadores del evento, incapaces de adivinar que la mejor jugadora del mundo no podría estar presente en el espectáculo, concentrada con su selección. Llama aún más la atención que este impedimento se deba a una competición que depende de la propia FIFA, incapaz de armonizar agendas.

En la deriva del fútbol actual, ni la revista ni la federación son las mismas de hace medio siglo. Los futbolistas también han evolucionado, como lo ha hecho la sociedad, que alberga a todos estos protagonistas y añade otros muy importantes: los aficionados. La FIFA ha desoído por norma a los seguidores y también a los futbolistas. A estos los contenta con una pamema monumental durante tres cuartos de hora; a los seguidores, por el momento, sigue sin responderles, como si no hubiera balones suficientes para entregar.


miércoles, 18 de octubre de 2017

El preso Barcelona

Cada partido del Barcelona tiene en estos tiempos una doble previa: la de carácter deportivo y la de tipo político. Pocas veces ha estado tan observado el club desde la sociedad, que lo considera un referente para todo tipo de movilización y un altavoz incomparable para la difusión de ideas.

Asiste la razón a quienes ven en el Barça esta dualidad. Se trata de una entidad con un recorrido internacional en la opinión pública que difícilmente pueden conseguir administraciones políticas o multinacionales financieras. A su vez, la integración del club en la sociedad barcelonesa y catalana le ha dotado en múltiples oportunidades de un reconocimiento especial como participante en distintas iniciativas. No solo la política, cuestiones sociales o humanitarias han sido con frecuencia promovidas desde el Barcelona en armonía con la ciudadanía.

Sin embargo, el romance del independentismo con el club pasa por malos tiempos. Hay quien dirá que debe estar separado el fútbol de la política pero se trata de un divorcio imposible desde el momento en que los palcos se llenan de políticos y empresas públicas o administraciones financian con publicidad, subvenciones o ayudas a obras las estructuras deportivas. El Comité Olímpico Internacional y la FIFA son grandes defensores de la separación, pero visto está que sus honorables sentimientos han sido más bien barreras para la investigación de sus opacas actividades.

La historia del Barcelona le ha situado, además, como un actor dentro de la sociedad. Tiene una condición de organización global, con aficionados en todo el mundo, que no siempre han compartido los ideales defendidos en momentos puntuales por la institución. Con el tema del independentismo se ha vivido esta situación porque las posturas son más irreconciliables que, por ejemplo, en el caso de una protesta contra el racismo o el consumo de drogas. En ese ámbito tan complicado se está moviendo el Barcelona.

Fue criticado por disputar el partido ante Las Palmas al mismo tiempo las imágenes de televisión ofrecían ciudadanos apaleados mientras pretendían votar. En esa ocasión, la tibieza de la que acusaron al Barça vino por el deseo de algunos jugadores de disputar el encuentro y el temor a que la sanción correspondiente por no celebrarlo fuera irrecuperable dentro de los terrenos de juego. En el partido ante Olympiakos, con dos notables del movimiento independentista en prisión, la propuesta barcelonista fue una pancarta enorme en el centro del tiro de cámara, en la que se reclamaba diálogo, respeto y deporte, acompañada de una invitación a las asociaciones que han sufrido el encarcelamiento. Los dos eventos resultaron escasos a ojos del independentismo, que además denunció la confiscación de pancartas con mensajes por parte de los trabajadores del club en las puertas de acceso.

El Barcelona ha estado preso en ambas situaciones: de su propia condición de club ganador y de su no menos desdeñable posición como huésped de un partido de la Liga de Campeones. En la primera circunstancia, es cierto que no habría necesitado escuchar a nadie para echar el cerrojo al estadio y cancelar el partido de Liga. En la segunda, una vez aceptadas las prerrogativas de la UEFA es muy complicado saltarse su control: las pancartas fueron un botín sobre el que la Junta azulgrana poco dominio podía tener. Si el Camp Nou no puede disponer ni de su propia publicidad en un partido, difícil será que pueda llenarse de mensajes reivindicativos, por muy admirables que estos puedan ser. Esta circunstancia ya la sufrió cuando por el mero hecho de llenarse de banderas fue investigado y sancionado por los organizadores de la competición europea. 

Al mismo tiempo, es preso de otro aspecto y no siempre somos conscientes de ello: es una entidad privada, con ciertas ventajas fiscales, pero privada. A los clubes de fútbol se les mira como si fueran propiedad universal, con un escrutinio al que no se somete ni a la separación de poderes de un estado. Es la grandeza de este deporte y al mismo tiempo la prisión en la que se encuentran sus participantes: responder, siempre, a la altura de las circunstancias. Esta es la peor cárcel en la que cualquiera puede pasar su existencia.


martes, 10 de octubre de 2017

El país Fútbol Club Barcelona


El Barcelona anunció hace unas semanas su presupuesto y lo presentará a su asamblea de compromisarios en pocos días. En un inexorable camino hacia los 1.000 millones de euros de ingresos, el equilibrio en la presente temporada se producirá en torno a los 897 millones, muy por encima de sus dos grandes rivales en el campeonato doméstico, Real Madrid (unos 690 millones de euros) y Atlético de Madrid (sobre los 343 millones de euros).

Pese a contar con una entrada inesperada de capital, la cláusula de rescisión de Neymar, de más de 200 millones, el club tiene en mente alcanzar en uno o dos ejercicios esa cifra redonda de los 1.000. Para dar una idea de la magnitud de esta cifra, a la comparación con su competencia puede añadirse el presupuesto de Mercedes o Ferrari en la Fórmula 1, rozando sin llegar a los 500 millones de euros, y el de la escudería más modesta, Sauber, que con sus 90 millones de euros no podría componérselas para pagar los salarios de un cuarto de la plantilla en el Camp Nou.

La cantidad es enorme y da unas pistas sobre quién manda en la sociedad. Los políticos de todos los colores están atravesando una etapa en la que se arrogan más importancia de la que pueden tener y olvidan en qué parte se encuentra el verdadero poder. La actualidad lanza titulares sobre la mudanza de la sede social de algunas empresas lejos de Catalunya, con lo que los temblores en la mal nombrada clase política y también en la económica no han tardado en producirse, conscientes con retraso de la influencia del capital en la mayoría de acontecimientos cotidianos.

Existen diversas formas de medir la riqueza y el Producto Interior Bruto (PIB) es una de ellas, aunque se trata de un sistema cada vez más cuestionado. Como la intención de esta comparativa permite cierta lasitud en el análisis, consideraré este indicador, por otra parte no descartado en todos los círculos. En el caso de Catalunya, el municipio con el mayor PIB es la ciudad de Barcelona, con más de 64.000 millones, muy alejada de la segunda localidad de la tabla, L’Hospitalet de Llobregat, con 5.700 millones. Pero con el presupuesto azulgrana, el club convertido en población ocuparía el lugar 37 de toda la comunidad autónoma, entre los 909 millones de Tortosa y los 879 de Sant Adrià del Besòs. Ayuntamientos como Sant Just Desvern, Blanes, Olot, Sitges, Cambrils, El Masnou o Banyoles estarían por detrás del Barça, convertido en la empresa número 28 de toda Catalunya con esas cifras en cuanto a facturación y la 167 del estado español.

Al subir la escala pierde poder el Barça pero aún así es capaz de tener un presupuesto superior al de los cinco países con un PIB más bajo del mundo juntos (Tuvalu, Nauru, Kiribati, Islas Marshall y Palau), desconocidos en su mayoría pero naciones oceánicas independientes y todas ellas participantes habituales en los Juegos Olímpicos. En la circunstancia de que el Barcelona fuera un hipotético estado, su ubicación en la relación del PIB estaría entre Samoa y St. Kitts & Nevis, y cerca del país africano de Gambia, cuyas cifras se hallan alrededor de los 960 millones de euros.

Hasta ese punto llega la dominancia del mundo empresarial y, en este caso, deportivo. Sin embargo, la cantidad divulgada por la entidad barcelonista se queda en nada si la comparación se realiza con las grandes multinacionales. La empresa que mayor facturación presentó el año pasado en todo el mundo lo hizo con unos 485.000 millones de euros, lo que la situaría como el país número 24 del planeta, entre Suecia y Nigeria. La suma de las cinco compañías que más facturan supera al conjunto de los cien países más pobres y la agregación de las diez mayores empresas deja pequeña la de los 34 países más ricos de la OCDE, a excepción de los Estados Unidos.

Este es el mundo que hemos heredado y el que estamos construyendo, por llamarlo de algún modo. Las desigualdades sociales se extienden al deporte y cada vez resulta menos frecuente encontrarse sorpresas agradables como la clasificación de Islandia para la Copa del Mundo de fútbol o la supervivencia en la élite de equipos como el Leganés. Mientras la sociedad y la política circulan en direcciones opuestas, el negocio, con algunos deportes incluidos, es el que asfalta sus caminos.


martes, 3 de octubre de 2017

Ponerle puertas al campo



En la película Una noche en la ópera, Groucho Marx menciona unos macarrones rellenos de bicarbonato, capaces de provocar y curar la indigestión al mismo tiempo. Más allá del portentoso producto, la vida del Barcelona se mueve en situaciones que recuerdan mucho la dualidad expresada en la pasta del filme. La decisión de disputar el encuentro del domingo a puerta cerrada se enmarca en ellas.

No tiene suerte esta Junta porque prácticamente todo lo que intenta construir acaba desmoronado, bien por errores propios, bien por acciones ajenas. Su gesto del pasado fin de semana debe entenderse en el marco de unos graves incidentes de orden público vividos en lo que se pretendía una jornada festiva y participativa en Catalunya, sin entrar en la legalidad o no del motivo. Ante la violencia registrada en algunos puntos, el club decidió que una buena forma de solidarizarse con quienes están a favor de la paz, venga del lado que venga, era aplazar el partido. De esta manera se conseguían dos cosas: la filosófica, adherirse al movimiento colectivo, y la crematística, organizar un evento en un día con menos carga simbólica y, por tanto, con menos riesgo de incidentes de cualquier clase.

Lo intentó el Barcelona, pero ni la Liga ni el cuerpo de Mossos d’Esquadra fueron sensibles con su petición y hasta este punto todo estaba más o menos en consonancia con la primera idea. De pronto alguien pensó que los jugadores y técnicos tendrían algo que decir. El consenso es un gran aliado en un acto rebelde y por ello, con todo el sentido, se comentó la jugada con la plantilla aunque su respuesta fue práctica y no ideológica: aquí cuesta mucho ganar puntos como para exponernos a que nos birlen seis por la legalidad vigente, parecieron transmitir al presidente. En ese momento, los últimos andamios de la obra institucional acabaron por derruirse.

Contentar a todo el mundo es imposible y tanto como existen aficionados del Barcelona que clamaban por la suspensión, otros hay que prefieren separar del todo la política del deporte, sin admitir la especial idiosincrasia y realidad del club, siempre abierto a las inquietudes de la sociedad catalana. De cualquier modo, la decisión final fue un híbrido, concepto tan de moda en los vehículos contra el cambio climático, pero tan tibio en una medida revolucionaria: el Barcelona-Las Palmas se jugaría a puerta cerrada, tras una decisión tomada con cientos de seguidores en las puertas de acceso al estadio.

La comunicación fue lenta y escasa, limitada a un comunicado cuando faltaban pocos minutos para la hora de inicio del choque. Más tarde, el señor Bartomeu explicó que a cambio de la impopular determinación obtendrían Catalunya y el propio Barcelona la notoriedad de un coloso vacío. Es posible que esta afirmación tenga base pero es también más probable que la relevancia de una renuncia voluntaria a media docena de puntos fuera mucho mayor en todo el mundo. En todo caso, si la apuesta fue en algún momento no jugar el encuentro, para cometer esta infracción no eran necesarias la Liga, los Mossos, Las Palmas ni el vestuario. Con no abrir el estadio a nadie y esperar sentado a las sanciones ya bastaba. Por este resquicio es por donde se  le escapó la credibilidad al coraje de la Junta.

De igual manera se ha suscitado el debate sobre quién manda en la entidad: aquellos a quienes ha elegido el socio o aquellos a quienes adora el socio. Es difícil decir cuál es la situación presente, casi tanto como afirmar cuál debería ser esta por el peculiar estatus que posee una plantilla, en cualquier club convertida en una fuerza de élite dentro de la nómina de trabajadores. La idea más racional, en todo caso, sería que los dirigentes son quienes deben dirigir la gestión aunque padezcan reiterados síndromes de Estocolmo en su trato con los jugadores. De haber asumido el deseo de los directivos, lo más probable es que no se hubiera celebrado el encuentro.

Una Junta débil conlleva decisiones discutidas, independientemente de su acierto. Es la triste realidad de un colectivo que por muy bien que diseñe sus acciones siempre acaba teniendo que tapar alguna vía de agua. En este último episodio se han anunciado incluso deserciones de compañeros de palco, en desacuerdo con la decisión final y convencidos de que, en algunas ocasiones, sí se puede poner puertas al campo.