martes, 25 de abril de 2017

Liverpool, el fútbol y viajar en el tiempo

Este año se cumplen 125 años de la fundación del Liverpool Football Club y 40 desde que conquistó la primera de sus cinco Copas de Europa. Este club ha significado mucho para el fútbol por su irrupción en cuanto a estilo y por la leyenda que lo ha rodeado durante toda su existencia. Surgido como consecuencia de las diferencias creadas entre el dueño del estadio de Anfield y los directivos del Everton, la trayectoria del conjunto red ha sido una secuencia marcada por la tradición.

Vivimos un fútbol mercantil, más deseoso de clientes que de aficionados, global y de fácil acceso. Sin embargo, no siempre ha sido así. Un hipotético viaje al pasado nos presentaría a un Liverpool como ejemplo de que una entidad se puede hacer enorme desde el sentimiento a unos colores y el respeto por la costumbre.

Hace cuatro décadas, Bill Shankly ya había dirigido sus casi 800 partidos y su sustituto, Bob Paisley, ya llevaba algunos de los más de 500 en que fue su entrenador. El Liverpool en aquellos días enseñaba a los recién llegados que el de Shankly era el primer nombre que debían aprender al fichar por el club dado que se trataba de alguien que, pese al transcurso de los años, había diseñado su funcionamiento. El éxito en aquellos días remotos estribaba en que el entrenador y los jugadores eran los primeros fanáticos del Liverpool, condición innegociable para la institución.

Otro aspecto necesario que se ha mantenido con el paso de los años es el de la disciplina, primordial, tal y como el jugador israelí Ronnie Rosenthal manifestó años después, cuando fue contratado. Las sanciones por mal comportamiento fueron una quimera en el camerino del Liverpool durante muchas temporadas y en los días de su primera Copa de Europa la marcha interna del vestuario intentaba ser imitada por sus rivales en el campeonato inglés. La mala conducta no solo afectaba al desempeño con los compañeros sino también en cómo actuaban con los contrincantes.

En los años 70 se trasladaba la idea a los jugadores de que pertenecer al Liverpool era muy meritorio y que su misión consistía en honrar su camiseta y su puesto de trabajo. La vida privada debía ceñirse a la mínima ostentación y los fichajes, sin importar de qué lugar de las Islas Británicas procedieran, estaban obligados a observar esta norma. Precisamente, cuando el fútbol no tenía profesionalizadas casi ninguna de sus estructuras, el Liverpool tenía muy claro su sistema antes de contratar a un nuevo futbolista: desplazaba a un ojeador a presenciar seis partidos del objetivo en su campo y otros seis en campo contrario. De sus actuaciones en los doce encuentros dependía su futuro en Anfield. El Liverpool consiguió de este modo grandes futbolistas a precios muy razonables, de los que obtuvo rendimiento deportivo y económico.

El método Shankly garantizaba la intimidad de los contratos, incluida la duración de los mismos. No estaban permitidos los grupos o camarillas en el vestuario, ni tampoco los jefes, sin excluir al único capitán que figuraba en la nómina y cuya misión era meramente futbolística. La novata establecida era cantar una canción en una fiesta de disfraces organizada por el club, a la que los futbolistas solteros estaban autorizados a llevar a un amigo. En esa fiesta también estaban presentes los miembros del equipo reserva. En la pretemporada, los nuevos fichajes ofrecían un breve discurso ante todo el equipo y cuerpo técnico en el que debían explicar sus impresiones desde su contratación.

Los entrenamientos eran otra sucesión de normas: primer equipo, reserva y júniors coincidían en las instalaciones de Anfield, donde se cambiaban de ropa y subían a un autocar que les trasladaba a Melwood, recinto rodeado de muros de cemento y al que accedían a través de una estrecha puerta, que debía ser abierta por el segundo entrenador. El secretismo se ha mantenido desde entonces, mitad superstición, mitad estrategia. Ahora no sorprende ver a un portero golpear bien el balón con el pie, pero hace 40 años no era una práctica habitual, excepto en el Liverpool, donde sus guardametas ejercían la mayor parte de la sesión como jugadores de campo, incluso en los partidillos previos a la jornada de liga.

La vestimenta que utilizaban los futbolistas no se podía perder o entregar a un tercero, entre otras cosas, porque era la misma que utilizaban durante toda la semana. Solo la dejaban secar después de la actividad para volver a usarla el día siguiente y únicamente se lavaba los fines de semana cuando había partido. De igual modo, independientemente de la temperatura, el pantalón corto era preceptivo, así como optativo un chubasquero para el torso en los días de lluvia. Esta tradición encerraba varias explicaciones: evitar cualquier acomodamiento o divismo y acostumbrar al jugador a ir sucio por lo que se pudiera topar durante los encuentros.

Resulta obvio decir que la ducha se tomaba en Anfield y no en Melwood, por lo que el trayecto de vuelta se realizaba con la misma ropa de la práctica. Esta proceder se extendía incluso a los desplazamientos, en los que el equipo salía vestido de corto del hotel y volvía a este para la higiene.

Cada jugador del primer equipo tenía asignado un júnior que le limpiaba y preparaba las botas, y al que le daba un poco de dinero de su bolsillo por el trabajo. Un par de estos jóvenes eran los encargados de llegar antes al entrenamiento para disponer la ropa y recoger y limpiar el camerino cuando todos se habían marchado. Era la manera que tenían de transmitir el valor de llegar a la élite en el Liverpool. Todos, titulares y suplentes, hacían el mismo calentamiento antes de los partidos con el fin de aunar todavía más al equipo.

Estas eran las reglas del Liverpool cuando el fútbol era otro. Hoy día parece impensable que un club se ciña a las tradiciones para su gestión, pero tampoco parece comprensible que este deporte les dé la espalda a todas ellas. Seguro que existe un punto intermedio en el que todos, afición, clubes y periodistas puedan sentirse identificados con los sentimientos que genera el balón.


martes, 18 de abril de 2017

Fernando Alonso, de Campeón a Leyenda

Fernando Alonso y McLaren han anunciado que el piloto asturiano renunciará a disputar el Gran Premio de Mónaco para, en su lugar, participar en las 500 millas de Indianápolis. Esta icónica prueba cumple su edición 101, aunque en realidad las 500 millas se convertirán en centenarias este año, dado que en el quinto, en 1916, se definió la distancia a 300 millas con el fin de reservar fondos para la Guerra Mundial en que estaban inmersos los Estados Unidos.

Se trata de una competición increíble, marcada por la leyenda, las desgracias, los triunfos y la diferenciación que lo convierte en un evento único. Desde este punto de vista, es interesante repasar sus datos para presentar el panorama ante el que se encontrará Alonso si logra clasificarse. Para empezar, es una prueba en el calendario del campeonato de la Indycar pero que tiene sus propios sistemas de clasificación y puntuación, así como de número de participantes (33 en la parrilla) desde hace muchos años. Por ejemplo, el español por ahora tiene plaza en la clasificación pero si no logra marcar uno de los mejores 33 tiempos no disputará la carrera. Para hacerlo deberá iniciar sus intentos una semana antes de la fecha de la prueba.

En el mejor de los casos, con el piloto de McLaren entre los elegidos, acostumbrado a ver grandes premios sin apenas cambios de líder, se encontrará con muchas novedades, no solo en cuanto a monoplaza y circuito oval, sino también en cómo se desarrolla la prueba respecto a la actual Fórmula 1. Todos los bólidos llevan el mismo chasis Dallara y neumáticos Firestone, y pueden elegir entre motor Chevrolet u Honda.

El año pasado se produjeron 54 cambios en la primera posición entre 13 pilotos diferentes, lo que supone una media de una variación cada menos de 4 vueltas. Aun siendo una cifra llamativa, en realidad fue la segunda edición con más cambios, superada por la competición de 2013, cuando 14 pilotos intercambiaron el primer puesto en 68 ocasiones en los 200 giros.

Es posible que se encuentre con otra diferencia notable: la presencia de mujeres en la parrilla. De las 100 ediciones, 26 han contado con participación femenina, llegando a reunirse hasta 4 en los años 2010, 2011 y 2013. Por otra parte, aun siendo bicampeón mundial de Fórmula 1, Alonso será novato, colectivo con el que siempre han contado las 500 millas: desde 40, todos los participantes, de su estreno hasta el único rookie en 1939 y 1979. Nueve han sido los novatos que han vencido en su debut y tres de ellos habían pasado por la Fórmula 1: Graham Hill, Juan Pablo Montoya y Alexander Rossi, el último vencedor en Indianápolis.

Será Alonso el cuarto español que participe en esta competición, que ha tenido representación de este país en 11 ocasiones. Antes que el asturiano, Pierre de Vizcaya, Fermín Vélez y Oriol Serviá ejercieron de pioneros. Si este último y Alonso se clasifican para la carrera, será la primera vez que la parrilla tenga dos españoles entre los 33 pilotos.

La victoria de un no estadounidense no ha sido extraordinaria pese a que los locales han sido los dominadores. Con la controversia acerca de las nacionalidades de algunos participantes en los primeros años, se puede aventurar que son al menos 17 extranjeros quienes lo consiguieron, algunos en más de una ocasión: el holandés Luyendyk, el brasileño Castroneves y el británico Franchitti han alcanzado tres triunfos en las 500 millas.

Respecto a su dorsal, el 14, si lo mantiene en esta prueba, ha protagonizado 6 victorias y 3 poles. El último piloto que venció con este número fue el sueco Kenny Brack en 1999, mientras que el último poleman en lucirlo fue la leyenda estadounidense A.J. Foyt en 1975.

Dos cosas son consustanciales a las 500 millas: los abandonos y la velocidad. En el primer apartado, las ediciones con menos pilotos retirados fueron las de 1924 y 1976 con 6, en tanto que 26, casi el 80% de los participantes, abandonaron en los años 1932 (en que corrieron 40) y 1966 (ya con 33 pilotos). No es inusual comprobar que, entre doblados y abandonos, el vencedor sea el único que finaliza en su vuelta.

Como en todas las carreras de la Indycar, la bandera amarilla significa que los coches ruedan a menor velocidad y se neutralizan las vueltas: el año con menos giros bajo control fue 1969, con 9 en 2 banderas, y el que más fue 1992 con 84 vueltas resultantes de 13 banderas amarillas.

Acerca de la rapidez de la prueba, estos datos son reveladores: la carrera más veloz fue la del brasileño Tony Kanaan en 2013, con una media de 301,644 km/h. La pole más rápida data de 1996, cuando Tony Stewart marcó una velocidad de 376,132 km/h en la vuelta. Por último, el giro más rápido en carrera lo protagonizó Eddie Cheever también en 1996, cuando fijó el registró en 379,970 km/h.

Sin duda, Fernando Alonso disfrutará de un mundo diferente al que conoce dentro del motor. Su calidad como piloto le ha situado en lo más alto de la Fórmula 1 al convertirle en bicampeón mundial. El tránsito a la leyenda tiene un paso obligado en Le Mans y otro en Indianápolis. A este dedica un sacrificio que solo los amantes de las cuatro ruedas comprenderán plenamente: ser infiel a Mónaco con las 500 millas.


martes, 11 de abril de 2017

Cabeza caliente, futuro congelado

Neymar no encajó su expulsión en Málaga y aplaudió burlonamente al cuarto árbitro, Ezequiel Ponce marcó el gol del Granada y mandó callar al público con un gesto ostensible, parecido al que jornadas antes había dedicado Joao Cancelo a la grada de Mestalla; Isco apareció en una fotografía junto a una bolsa de patatas con los colores del Barcelona, James mostró en público su desacuerdo con el entrenador.

Esta enumeración no cronológica es una muestra del desacierto de algunos futbolistas que practican su actividad en la élite. De todos ellos se puede asegurar que con la cabeza fría no habrían actuado de la forma enunciada, pero sin embargo han quedado sus registros en lugar de sus mejores intenciones. En el currículo reciente de estos profesionales, el fútbol ha quedado apartado por una mofa, una chulería, unos aperitivos o una rabieta. Para la marca personal de un personaje público es muy negativo que aquello en lo que destaca sea taponado por un berrinche y estos ejemplos son solo los más recientes: en el mundo del fútbol el cuidado de los aspectos gerenciales está siempre por detrás en las prioridades del jugador.

Las consecuencias han sido variadas, algunas inmediatas, otras a medio plazo, y han incluido desde sanciones deportivas y económicas hasta sonoras broncas. ¿Por qué motivo se exponen los futbolistas a dejar de jugar, enemistarse con su entrenador y sus seguidores o sembrar la incertidumbre sobre su futuro sin proponérselo?

La respuesta más sencilla se suele referir a la juventud y falta de preparación de los protagonistas. En algunos casos puede ser acertada pero en todos los expuestos se trata de personajes que llevan muchos años en lo más alto de su profesión y, aunque no hayan logrado ningún doctorado en ciencia, sí que están acostumbrados a los códigos, las exigencias, las recompensas y las penalizaciones de su gremio. Esta circunstancia deja en entredicho la explicación que justifica esas acciones con la bisoñez o la ignorancia de quien las ejecuta.

Por lo general, el futbolista no asume varias cosas: su trabajo no puede limitarse a las horas de entrenamiento o partidos, su condición de personaje público va más allá de celebrar con ingenio los triunfos, su contacto con los seguidores no puede producirse desde el sentimiento de superioridad, su defensa de unos colores o una marca jamás debe presentarse con frivolidad, su condición de presunto dios no tiene que frenar su oportunidad de ser un líder.

Ni los jugadores ni las personas que les rodean emplean tiempo en preparar una entrevista, promover una campaña social, patrocinar acciones contra el cambio climático o establecer un diálogo con los aficionados. Pueden emprender muchas más cosas, pero esta breve lista solo pretende hacer entender las causas por las que reaccionan de forma irracional a muchos impactos. Hablar de las pulsaciones es otra explicación sin base: existen trabajos que representan un peligro real, no por tres puntos, sino por la vida de las personas que los desempeñan y estas suelen comportarse de forma adecuada.

La sociedad ha modelado la figura del futbolista hasta convertirle en un ente que se cree a salvo de casi todo, parecido a lo que muchos políticos sienten acerca de su propia impunidad. En pocas empresas se puede imaginar que un trabajador, por cualificado que sea, desprecie a sus jefes o accionistas, por no hablar de sus clientes. El fútbol, en cambio, admite muy a menudo estas indisciplinas y olvida pronto los agravios.

A la mayoría de jugadores se les puede explicar estas cosas y casi todos aceptan el discurso pero no lo relacionan con su día a día. Les han acostumbrado a pensar en lo que deben hacer hasta el día en que dejan de jugar a fútbol cuando el mejor consejo es ponerse a trabajar con el pensamiento de qué hacer desde ese día. El gran Romario ya comentó, en lo más alto de su popularidad, que vislumbraba su futuro y no le gustaba lo que veía: las 24 horas de cada jornada con su mujer y sus hijos, sentado en casa. Debía buscarse algo para evitarlo y lo hizo. Cuando uno se acostumbra a la hiperactividad, el momento de la pausa llega a ser traumático, independientemente del dinero ahorrado. Por eso todos aquellos que hoy se encaran con el entrenador, los árbitros, los aficionados o la prensa no pueden olvidar nunca que lo más duro de ser futbolista es ser ex futbolista.


martes, 4 de abril de 2017

Millones de valores

El pasado fin de semana, Barcelona y Real Madrid publicaron en sus redes sociales el logro de alcanzar los 100 millones de seguidores en Facebook. La coincidencia sirvió para constatar que la competencia entre ambos clubes sobrepasa el ámbito deportivo y fue coetánea a una sobredimensión de los valores que estas entidades representan. Aunque no es una discusión nueva, esta situación vino provocada por las últimas declaraciones del azulgrana Gerard Piqué y se empleó para rellenar espacios en los medios de comunicación en días sin competición de clubes, con lo que cierta polémica volvió a apoderarse de la información futbolística. En un concurso de pavos reales, sus plumas son lo más vistoso, sin reparar en que es la evolución y no el propietario quien las ha puesto ahí.

Existe un proyecto en unos enormes suburbios de Nairobi, la capital de Kenia. Es una más de las numerosas iniciativas casi anónimas que defienden que el deporte, el fútbol en este caso, es un fantástico invento para alcanzar la igualdad, mitigar o eliminar la pobreza, educar en la paz y construir, en suma, un mundo mejor. La Asociación de Deportes de Juventud Mathare cumple ahora 30 años. Mathare es el nombre de esa zona deprimida dentro de una tierra ya de por sí desasistida. La entidad tiene 66 amigos en Facebook y casi los mismos seguidores en twitter (1.533) que yo, lo cual da buena muestra de su carestía.

Esta institución comenzó su trayectoria centrada en los problemas causados por las graves enfermedades de transmisión sexual y, poco a poco, ha ido extendiendo su actividad benefactora. De unos cuantos chavales que encontraron educación para corregir sus prácticas a través de la disciplina del deporte y el compañerismo han pasado en tres décadas a reunir a miles de jóvenes en pequeños campeonatos de varios deportes, aunque una gran mayoría corresponden al fútbol.

No es una sociedad centenaria como los clubes mencionados en el primer párrafo, ni tiene los millones de aficionados o euros de los que ellos disponen, pero podrían competir cara a cara en algo que da la impresión que solo pertenece a los grandes, al menos por la cómplice publicidad que en estos tiempos se está haciendo de ello: los valores.

En lugar de dos presidentes multimillonarios y técnicos de pedigrí, la Asociación Mathare funciona en base a la autogestión de los jóvenes. De esta manera se les ayuda a integrarse en un mundo que les reclamará, tarde o temprano, diligencia. Son más de 200 los líderes de grupo y entrenadores elegidos, con una media de 16 años de edad, y de los que la mitad son chicas. En zonas donde la igualdad entre los sexos es utópica en muchos casos, el fútbol ha servido para reforzar la posición de la mujer ya desde sus primeros años de vida: muchas no pueden heredar, trabajar, conducir, escoger a su pareja o celebrar su cumpleaños. La sección femenina del Barcelona va a jugar las semifinales de la Champions y el Madrid ha anunciado su creación con carácter formativo, pero la mujer en el deporte sigue sin alcanzar la posición equitativa que le corresponde. En la comparación, Mathare se llevaría la palma social aunque probablemente no los títulos.

El caso es que los valores son intrínsecos a la bondad, no a la riqueza. Barcelona y Real Madrid, como muchos otros clubes y campeonatos, disponen de sus fundaciones y les dan razón de ser a través de la creación de escuelas y planes de ayuda en lugares como Mathare. Tienen sus innegables valores pero fallan al hacer ostentación de ellos, lo cual denigra a muchos que defendieron sus colores en épocas menos rimbombantes y empequeñece a titanes sin nombre que van por el mundo con el objetivo de mejorarlo. Quizás no tengan su sitio en la sociedad de la competitividad, pero en la de los valores Mathare y tantos otros son magníficos exponentes de que, por encima de la propaganda, hay fórmulas para mirar a los ojos de la élite del deporte.


Escudo de la Asociación Juvenil Mathare de Deportes, extraído de su perfil de twitter