martes, 29 de agosto de 2017

Zidane y Valverde, tan naturales

Tanto Zinedine Zidane como Ernesto Valverde han aceptado retos mayúsculos al dirigir a Real Madrid y Barcelona, respectivamente, en periodos de reconstrucción. En el caso del Barça la cosa parece aún más complicada, puesto que la mudanza incluyó al estilo, a ese modelo que incluso el propio Madrid intentó imitar después de haberlo combatido. Lo paradójico es que la principal demoledora del estándar haya sido la propia entidad azulgrana.

En todo caso, ambos técnicos presentan un perfil público similar, que antepone el diálogo al duelo y que permite que sus comparecencias sean llevaderas las más de las veces, incluso aburridas en otras ocasiones. Tener a entrenadores que se comportan como estúpidos en su convivencia con los medios de comunicación ha sido una línea de trabajo que han compartido estos dos grandes clubes aunque tras los tumultos han llegado las treguas.

La naturalidad con la que Zidane y Valverde se expresan es una muestra de conducta en el trabajo, que sirve también para la vida cotidiana: evitan riesgos innecesarios, cuya presencia desvía la atención sobre otros aspectos y erosiona las relaciones, lo que a su vez aumenta la tensión. Ellos han sido capaces de intuir esos riesgos en lugar de dejarse invadir por los mismos y esa operación demuestra una gran inteligencia. En el mundo son numerosas las amenazas para la humanidad desde el reino animal: una decena de personas muere al año por ataques de tiburones, varias más por arremetidas de elefantes o hipopótamos, y varios miles por picaduras de serpiente. Sin embargo, el mayor riesgo para nuestra especie no lo veríamos llegar: es el mosquito, cuya picadura provoca la malaria y con ella la muerte de alrededor de un millón de individuos anualmente. Esos riesgos, los aparentemente invisibles, son los más graves.

Dentro del vestuario su comportamiento es una extensión de su imagen en el exterior. En ambos casos tienen a sus órdenes a un miembro de la pareja de jugadores que ha acumulado los premios de mejor del mundo en la última década. Por muy buenas personas que puedan ser los futbolistas no es sencillo tratar con las figuras y una tentación de entrenador recién llegado es mostrar su autoridad. No hay castigo más goloso que aquel que promete ser un escaparate mundial. Tal vez Valverde aún no haya tenido tiempo de enfrentarse a Messi, pero sí lo hizo con Neymar y no saltó ni una chispa del roce. De igual modo, Zidane ha repartido azúcar en sus intercambios con la espléndida plantilla del Real Madrid.

En el otro extremo se sitúa un proceder opuesto, de halago fácil y empalagoso, con frecuencia utilizado para suavizar la desconfianza habitual de todo futbolista sobre todo entrenador. Tanto Zidane como Valverde han racionado sus alabanzas como corresponde a toda situación posterior a una contienda, que es de donde han procedido los clubes en los que recayeron. Regalar incienso sin motivo es algo que ni ayuda al protagonista ni motiva a sus compañeros. Como buenos deportistas, los dos preparadores suelen hablar de trabajo y algo de táctica a diferencia de algunos de sus predecesores. Encaran los problemas de la actualidad y tienden a mitigarlos sin aspavientos innecesarios. De esta manera consiguen que su duración sea limitada en el tiempo y en el espacio, frenados en la puerta del camerino.

Zidane ya ha conseguido muchos títulos y Valverde ha logrado un triunfo importante, al no desaparecer del mapa cuando vio que sin empezar la temporada su club era ametrallado por inconvenientes desde dentro y desde fuera. Es un buen comienzo y su versatilidad será una estupenda noticia para el Barcelona, al igual que la mutabilidad de su colega madridista lo fue para asimilar el auge y la decadencia de alguna de sus estrellas. Al natural, como berberechos del fútbol, Zidane y Valverde demuestran que sigue existiendo el fútbol de la normalidad.




lunes, 21 de agosto de 2017

Deporte

El mundo del deporte ha reaccionado de forma unánime tras los atentados registrados en Barcelona y Cambrils. Antes ya lo hizo con desgracias similares en otras ciudades de todo el mundo. Gentes que se discuten hasta la hora en el mismo bar han sido capaces de entonar el mismo grito y de bajar la cabeza con dolor y respeto en los momentos de recogimiento que el protocolo marcó antes del inicio de las competiciones.

Cualquiera diría que solo la maldad es capaz de generar bondad, en un bucle maléfico, del que no pocos aprovechados podrían hacer su bandera. Aun así, por encima de los intereses, las chicas han seguido siendo grandes, independientemente del deporte que practiquen, los chavales han querido aprender todavía con más fuerza, los veteranos enseñar y los profesionales ejercer su tarea, algunos con más ejemplaridad, otros con menos. En todo caso, el deporte, ese universo en el que conviven algunos de los más ricos del planeta con muchos de los más pobres, ha vuelto a unirse.

El deporte ha sido víctima de la violencia en numerosas ocasiones, y la ha sufrido tanto como la ha provocado. Qué paradoja tan excepcional: dispone a la vez de una Carta Olímpica y de grupos radicales sufragados en bastantes ocasiones por clubes y asociaciones. El terror ha golpeado con más o menos gravedad al deporte, sus practicantes y aficionados, pero su entramado de especialidades de todo tipo ha resistido. Cómo no hacerlo, si una de sus máximas ensalza la participación por encima de todo. Con ese espíritu, ha superado el miedo y ha mostrado a todo el mundo, violentos y pacíficos, que otra vida es posible.

Países en guerra han competido entre sí con deportividad. Bloqueos comerciales se han aliviado. Infames discriminaciones han desaparecido. Todas estas consecuencias favorables han tenido lugar no hace tantos años y se han registrado en la competición deportiva. El hermanamiento entre aficiones no es muy diferente del que se lleva a cabo entre municipios, el consuelo a los derrotados difiere poco del día a día en cualquier situación, los buenos deseos dejarían pequeños a los catálogos navideños. El deporte con sus cifras económicas, dopaje, corrupción o generación de empleo sobrepasa en muchos aspectos la realidad pero al mismo tiempo se nutre de ella con ejemplos desgarradores. El deporte no se ha acabado nunca, a pesar de sus inventores, los seres humanos, hasta el punto de que un campo de batalla se ha transformado en más de una oportunidad en un embarrado terreno de juego; una pista donde las jeringuillas cargadas de droga crean una gigantesca corona de espinas por la noche se convierte por el día en un estupendo escenario para grupos de niños en riesgo de exclusión; el camino que muchas niñas emplean para recorrer enormes distancias en busca de agua, de repente es un rudimentario tartán sobre el que pueden soñar con el mediofondo.

Forma parte de nosotros como especie, de individuos capaces de llorar al escuchar el Orfeo de Monteverdi o las declaraciones de quien ha quedado último en una prueba por una inoportuna lesión, estremecerse con la épica de Homero en La Iliada o con el ascenso inacabable del Galibier en bicicleta, temblar en el Louvre delante de La libertad guiando al pueblo o al sentir el grito unánime de un gol definitivo, experimentar la curiosidad ignota al visitar las Cuevas de Altamira o al descubrir un partido de curling. La grandeza del deporte estriba en que vive entre nosotros como uno más incluso con nuestra capacidad de rehacerse tras cada varapalo. No rescata a ninguna victima mortal pero sirve para que podamos sobrellevar el dolor.

El deporte profesional es el más vistoso pero no el más numeroso. Siempre quedará el que vive alejado de los focos pero incrustado en el corazón de cada uno, que nos sirve para crecer como persona y para engrandecer a la sociedad. Ese corazón del que todos, en mayor o menor medida, hemos vuelto a tener alquitranado un trozo por unas noticias que fueron capaces de apagar durante unos minutos eternos las voces que dan fuerza al deporte.


martes, 15 de agosto de 2017

El tiempo en el Barcelona

El criado llegó sudoroso y asustado a la casa de su señor, quien alarmado por su aspecto le preguntó por las razones del mismo. “He visto a la Muerte en el mercado y me ha sonreído; por favor, dejadme el caballo más rápido de vuestra cuadra para llegar a Ispahán antes del anochecer”. El señor no lo dudó un instante y entregó a su fiel sirviente la bestia más veloz de palacio para que emprendiera su huida. Más tarde, de paseo por la plaza, se encontró a su vez con la Muerte, a quien preguntó por qué motivo había sonreído a su criado. “No era una sonrisa, era cara de extrañeza porque lo he visto aquí, en Bagdad, y debo llevármelo esta noche en Ispahán”.

Este antiguo relato, modificado libremente por tantos escritores contemporáneos, es un ejemplo de cómo las primeras sensaciones no son siempre las más acertadas. El Barcelona está sufriendo esta certeza porque sus dirigentes pueden ser hábiles en la gestión de la abundancia en una empresa pero ineptos para hacer lo mismo en un club. Pensaron que los triunfos no caducan.

El tiempo es lo único que está por encima de las cláusulas de rescisión, las renovaciones de contrato o las directivas perezosas. Este implacable verdugo ha fulminado equipos de época y está haciéndolo con el gran Barcelona. Sus directivos y ejecutivos, iluminados por la exuberancia, no fueron capaces de renovar la plantilla, quizás convencidos de que voltear el organigrama y presentar un proyecto de nuevo estadio eran los cambios que reclamaban los socios porque lo deportivo ya estaba resuelto para siempre.

Pero la realidad es otra: poco a poco, grano a grano, se van cayendo las estrellas, como si se tratara de la vendimia manual del legendario Château d’Yquem, vino favorito del segundo zar Nicolás. Contrariamente a lo que sucede con ese néctar, a la larga el tiempo no realza a los jugadores sino que los difumina. Este inexorable enunciado se pudo comprobar durante gran parte de la temporada pasada y se ha empezado a padecer de forma traumática para el barcelonismo en la recién iniciada, al ser vapuleado en el marcador del Camp Nou por un Real Madrid repleto de chispa.

Aun así, a estos dirigentes les acompaña una cuadrilla de especialistas en el apartado técnico que incluyen al ex entrenador. Nadie fue lo suficientemente hábil como para percibir que músculos y pulmones pierden vigor con el paso de los años. La técnica es algo permanente y sin duda podríamos disfrutar dentro de veinte años de Messi o Iniesta dando quince mil toques a un balón en La Rambla sin que este tocara el suelo, pero el fútbol de alta competición y exigencia requiere un paquete completo de prestaciones. En este aspecto flojea el colectivo azulgrana y los recambios contratados no han cumplido con su papel.

Como en las comedias de enredo, la siguiente escena empeora a la anterior y el verano ha supuesto la despedida de Neymar, perfil idóneo para encabezar cualquier revolución. Ha dado tantas vueltas el asunto que uno no sabe ya si culpar o no a la directiva, pero por ser benévolos mejor declarar a su favor y cargar con toda la deslealtad al futbolista. Aun con eso, los ajenos al Barça bromean sobre su catálogo de sustitutos y los propios temen o rabian por el mismo motivo. Que el primer partido de la campaña vaya rodeado de mal ambiente entre el palco, la grada, los dispositivos móviles y el vestuario es un indicador de que mucho deben cambiar las cosas para que la temporada no sea negativa.

Entre mensajes cargados de rencor ha empezado el Barcelona, con protagonistas que siguen sin ver más allá del presente. Pintan bastos aunque siempre hay un resquicio para la esperanza de sus seguidores porque, aunque mermados, en el equipo siguen estando futbolistas descomunales. En todo caso, de no ser así y extenderse el dominio madridista y el sometimiento azulgrana, no habrá caballos lo suficientemente rápidos para llevar a orillas protegidas a los responsables del estancamiento.


martes, 8 de agosto de 2017

El fútbol de la posverdad

La salida de Neymar, el sextuplete del Madrid o la humildad del Atlético son buenos ejemplos del fútbol actual y del tratamiento que dentro y fuera de los clubes se hace del mismo. La posverdad se ha instalado también en este universo, reticente a muchas innovaciones pero al mismo tiempo proclive a aceptar justificaciones a sus desmesuras. El ahora brasileño del PSG empleó tácticas disuasorias ante sus compañeros y directivos, una gran parte del madridismo acepta el reto de igualar al Barça de Guardiola, solo que desafiando a la matemática al partir de inicio con un título menos, y todo aquel que se entienda con el club colchonero defiende su modestia, pese a ser una entidad que en los últimos años ha destacado por su capacidad de gasto.

Por norma general, los protagonistas son los mejores conocedores de la realidad, también en el fútbol. Existe, no obstante, un pulso eterno entre estos y todos aquellos que les rodean, de forma directa o indirecta. Entre la verdad de dentro y la verdad de fuera siempre existe la verdad completa porque los implicados tienen una caprichosa tendencia al desapego de la realidad por cualesquiera intereses. Esta actitud conlleva que cada vez es más equidistante la diferencia entre la verdad indiscutible y las versiones interna y externa de los hechos.

La junta del Barcelona, por ejemplo, encaja con la profesionalidad de un sparring los golpes de la certeza intuida por el entorno y calla con deliberación la verdad con la que cohabitan quienes manejan el club. No desentona, en este sentido, con el resto de gestores del fútbol, más dados a la intriga que a la transparencia. La consecuencia de estas conductas es que la verdad real nunca se conoce. Con ello, las críticas y los elogios son tomados como frívolos o pertinentes según sople el viento.

La mentira ha conquistado a los humanos con el mensaje de que siempre es menos dolorosa que la verdad. Solo de esta manera se puede entender la querencia al engaño que asalta al mundo y, como parte de él, al fútbol. La patraña ha adoptado una nueva personalidad en el globo de la posverdad, y ya se la puede conocer con el eufemismo de hechos alternativos, aquellos de los que se nutren organizaciones y personajes para arrogar credibilidad a sus tejemanejes pese a que no son ciertos. A grandes rasgos, Neymar supo colocar a su padre en el lugar adecuado para culpar a la directiva de su deslealtad. El Madrid se aprovecha de muchos medios de comunicación para todo tipo de tareas, y el Atlético, siguiendo los ejemplos de la introducción, de una afición espléndida que jamás se desalienta.

Claro que los periodistas tenemos responsabilidad en el entramado, y no solo por la militancia que ahora emborrona la tarea de tantos clásicos de la profesión. El periodismo ha malentendido su papel: prefiere la velocidad a la verdad. Esta afición por la primicia, que no la inmediatez, ha difuminado las fronteras de lo publicable y, en su lugar, ha dado fuelle a ese término, la posverdad, que tras toda una década de uso gris se convirtió en la palabra del año 2016 para Oxford Dictionaries.

Así evoluciona el lenguaje y degenera la sociedad. Mientras el fútbol infla los precios de cualquier jugador con la coartada del dinero fácil y abre la puerta al gasto desmedido, que beneficia y perjudica a los clubes en la misma medida, el mundo cierra la puerta a la certeza, lo que en realidad nos damnifica a todos. Es la nueva humanidad, inventora de palabras que suavizan el significado de otras y maniquí de informaciones de todo tipo, ya sean verdad o posverdad.


martes, 1 de agosto de 2017

Un Barça débil, con Neymar y sin Neymar

Johan Cruyff se jactaba de que todo aquel que estuviera jugando en su equipo lo hacía por voluntad propia, por formar parte de un colectivo brillante, y no por una cuestión salarial, dado que el Barcelona no era ni mucho menos el que mejor pagaba en el fútbol de la época. Hoy, este mismo deporte ha abierto la puerta a inyecciones artificiales de capital y cuando se introduce a cada vez más millonarios en una sala es inevitable que se acabe hablando solo de dinero.

Los proyectos románticos están dando paso a un fútbol cada vez más convencido de que es mejor tener clientes que aficionados y persuadido de que un talonario elimina más obstáculos que un sistema de juego. El Barcelona está sufriendo con Neymar esta situación. El propio club se ha aprovechado con frecuencia de su primacía financiera y quizás esa experiencia con el guante blanco que ha adquirido la entidad con el tiempo es la que está añadiendo tanto dolor al embrollo con el PSG.

Después de muchas vueltas, la única defensa ante la posible salida de un jugador, por mucho Neymar que sea, es la cláusula de rescisión, a la que se agarra todo club español desde el inicio de un contencioso pero que a la larga pocas veces se mantiene. El genio de Borges recogió en un verso la dualidad que supone disponer al mismo tiempo de los libros y la noche, en una extraordinaria alegoría a la convivencia de su amor por la literatura y su ceguera. El goce y el freno en el mismo espacio, algo similar a lo que se produce con una cláusula de libertad, a la que el mercado asiste con la pausa que provoca la cifra establecida pero a la vez con el ánimo generado por el conocimiento de una cantidad fija, que convierte en irrelevantes los deseos del club que la interpone. El PSG sabe que en todo el proceso no tiene por qué contactar con su homónimo.

Sobre el papel da la impresión de que es una medida de fuerza pero la realidad no es tan benévola. El Barça, acabara como acabara el asunto, no está enviando un mensaje de poder, puesto que la fuerza no es amedrentar al gremio con una cláusula millonaria sino enamorar a los jugadores para que no sucumban a las tentaciones del enemigo. Ha transmitido una doble debilidad desde este punto de vista: hay clubes más poderosos que el Barcelona en la cuenta corriente y en la conquista de los futbolistas, aunque esta tampoco esté alejada de la tesorería. En este escenario, Neymar ha demostrado que es capaz de aplicarse a sí mismo una máxima del mundo de los negocios: si alguien te quiere por el precio, te abandonará por el precio.

Este club dispone de muchos trabajadores en su departamento de comunicación, de calidad contrastada y ánimo inquebrantable. Sin embargo, cuenta al mismo tiempo con una directiva protagonista e incapaz en ese mismo aspecto, cuyas opiniones prevalecen por encima de las profesionales. La debilidad comunicativa en las dos semanas de caso Neymar ha sido tan colosal que se ha tomado como prueba un mensaje en las redes sociales de un jugador, Piqué, que además no era cierto. Hay que reconocer que la junta no es responsable directa de la marcha del brasileño y que debería ser este o el PSG quienes hablaran de los avances de la operación, pero el Barça debería haber sido más explícito al contar la verdad del asunto desde el primer instante. Por miedo o pereza, el club ha carecido de argumentario.

Por si fuera poco, la imagen ha sido erosionada por la sensación de que siempre sido Neymar o, algo aún más dañino, su padre quien ha llevado la iniciativa. Un tipo con cualquier aspecto menos el de león de los negocios ha protagonizado la gira estadounidense del Barcelona. Una estrategia encaminada a difundir las grandezas de la institución por un mercado potencial se ha visto mitigada por las hazañas del progenitor, hasta el punto de que un único individuo ha ensombrecido el desarrollo de una marca universal. Los inversores pueden valorar qué es más rentable, contratar al padre de Neymar o al Barcelona.

El club no ha sido capaz de cerrar la puerta a la especulación. Ha navegado en su frecuente indeterminación y ha entregado las llaves de la actualidad a personas y organizaciones que no le desean ningún bien. No ha sabido dirigir los mensajes y ni siquiera ha controlado la información de un evento que había diseñado él mismo. Ha mandado al mundo del fútbol un mensaje de inestabilidad casi sin proponérselo y ha demostrado que, hiciera lo que hiciera Neymar, el Barcelona es hoy día un paciente débil.