La salida de Neymar, el sextuplete del Madrid o la humildad del
Atlético son buenos ejemplos del fútbol actual y del tratamiento que dentro y
fuera de los clubes se hace del mismo. La posverdad se ha instalado también en
este universo, reticente a muchas innovaciones pero al mismo tiempo proclive a
aceptar justificaciones a sus desmesuras. El ahora brasileño del PSG empleó
tácticas disuasorias ante sus compañeros y directivos, una gran parte del
madridismo acepta el reto de igualar al Barça de Guardiola, solo que desafiando
a la matemática al partir de inicio con un título menos, y todo aquel que se
entienda con el club colchonero defiende su modestia, pese a ser una entidad
que en los últimos años ha destacado por su capacidad de gasto.
Por norma general, los protagonistas son los mejores
conocedores de la realidad, también en el fútbol. Existe, no obstante, un pulso
eterno entre estos y todos aquellos que les rodean, de forma directa o
indirecta. Entre la verdad de dentro y la verdad de fuera siempre existe la
verdad completa porque los implicados tienen una caprichosa tendencia al
desapego de la realidad por cualesquiera intereses. Esta actitud conlleva que
cada vez es más equidistante la diferencia entre la verdad indiscutible y las
versiones interna y externa de los hechos.
La junta del Barcelona, por ejemplo, encaja con la
profesionalidad de un sparring los golpes de la certeza intuida por el entorno
y calla con deliberación la verdad con la que cohabitan quienes manejan el
club. No desentona, en este sentido, con el resto de gestores del fútbol, más
dados a la intriga que a la transparencia. La consecuencia de estas conductas
es que la verdad real nunca se conoce. Con ello, las críticas y los elogios son
tomados como frívolos o pertinentes según sople el viento.
La mentira ha conquistado a los humanos con el mensaje de
que siempre es menos dolorosa que la verdad. Solo de esta manera se puede
entender la querencia al engaño que asalta al mundo y, como parte de él, al
fútbol. La patraña ha adoptado una nueva personalidad en el globo de la
posverdad, y ya se la puede conocer con el eufemismo de hechos alternativos, aquellos de los que se nutren organizaciones y
personajes para arrogar credibilidad a sus tejemanejes pese a que no son ciertos. A grandes rasgos, Neymar supo colocar a
su padre en el lugar adecuado para culpar a la directiva de su deslealtad. El
Madrid se aprovecha de muchos medios de comunicación para todo tipo de tareas, y
el Atlético, siguiendo los ejemplos de la introducción, de una afición
espléndida que jamás se desalienta.
Claro que los periodistas tenemos responsabilidad en el
entramado, y no solo por la militancia que ahora emborrona la tarea de tantos
clásicos de la profesión. El periodismo ha malentendido su papel: prefiere la
velocidad a la verdad. Esta afición por la primicia, que no la inmediatez, ha
difuminado las fronteras de lo publicable y, en su lugar, ha dado fuelle a ese
término, la posverdad, que tras toda una década de uso gris se convirtió en la
palabra del año 2016 para Oxford
Dictionaries.
Así evoluciona el lenguaje y degenera la sociedad. Mientras el
fútbol infla los precios de cualquier jugador con la coartada del dinero fácil y abre la puerta al gasto desmedido, que beneficia y perjudica a los
clubes en la misma medida, el mundo cierra la puerta a la certeza, lo que
en realidad nos damnifica a todos. Es la nueva humanidad, inventora de palabras
que suavizan el significado de otras y maniquí de informaciones de todo
tipo, ya sean verdad o posverdad.
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