El criado llegó sudoroso y asustado a la casa de su señor,
quien alarmado por su aspecto le preguntó por las razones del mismo. “He visto
a la Muerte en el mercado y me ha sonreído; por favor, dejadme el caballo más
rápido de vuestra cuadra para llegar a Ispahán antes del anochecer”. El señor
no lo dudó un instante y entregó a su fiel sirviente la bestia más veloz de
palacio para que emprendiera su huida. Más tarde, de paseo por la plaza, se
encontró a su vez con la Muerte, a quien preguntó por qué motivo había sonreído
a su criado. “No era una sonrisa, era cara de extrañeza porque lo he visto
aquí, en Bagdad, y debo llevármelo esta noche en Ispahán”.
Este antiguo relato, modificado libremente por tantos
escritores contemporáneos, es un ejemplo de cómo las primeras sensaciones no
son siempre las más acertadas. El Barcelona está sufriendo esta certeza porque
sus dirigentes pueden ser hábiles en la gestión de la abundancia en una empresa
pero ineptos para hacer lo mismo en un club. Pensaron que los triunfos no
caducan.
El tiempo es lo único que está por encima de las cláusulas
de rescisión, las renovaciones de contrato o las directivas perezosas. Este
implacable verdugo ha fulminado equipos de época y está haciéndolo con el gran
Barcelona. Sus directivos y ejecutivos, iluminados por la exuberancia, no fueron
capaces de renovar la plantilla, quizás convencidos de que voltear el
organigrama y presentar un proyecto de nuevo estadio eran los cambios que
reclamaban los socios porque lo deportivo ya estaba resuelto para siempre.
Pero la realidad es otra: poco a poco, grano a grano, se van
cayendo las estrellas, como si se tratara de la vendimia manual del legendario Château d’Yquem, vino favorito del
segundo zar Nicolás. Contrariamente a lo que sucede con ese néctar, a la larga el
tiempo no realza a los jugadores sino que los difumina. Este inexorable
enunciado se pudo comprobar durante gran parte de la temporada pasada y se ha
empezado a padecer de forma traumática para el barcelonismo en la recién iniciada,
al ser vapuleado en el marcador del Camp Nou por un Real Madrid repleto de
chispa.
Aun así, a estos dirigentes les acompaña una cuadrilla de
especialistas en el apartado técnico que incluyen al ex entrenador. Nadie fue
lo suficientemente hábil como para percibir que músculos y pulmones pierden
vigor con el paso de los años. La técnica es algo permanente y sin duda podríamos
disfrutar dentro de veinte años de Messi o Iniesta dando quince mil toques a un
balón en La Rambla sin que este tocara el suelo, pero el fútbol de alta
competición y exigencia requiere un paquete completo de prestaciones. En este
aspecto flojea el colectivo azulgrana y los recambios contratados no han
cumplido con su papel.
Como en las comedias de enredo, la siguiente escena empeora
a la anterior y el verano ha supuesto la despedida de Neymar, perfil idóneo
para encabezar cualquier revolución. Ha dado tantas vueltas el asunto que uno
no sabe ya si culpar o no a la directiva, pero por ser benévolos mejor declarar
a su favor y cargar con toda la deslealtad al futbolista. Aun con eso, los
ajenos al Barça bromean sobre su catálogo de sustitutos y los propios temen o
rabian por el mismo motivo. Que el primer partido de la campaña vaya rodeado de
mal ambiente entre el palco, la grada, los dispositivos móviles y el vestuario
es un indicador de que mucho deben cambiar las cosas para que la temporada no
sea negativa.
Entre mensajes cargados de rencor ha empezado el Barcelona,
con protagonistas que siguen sin ver más allá del presente. Pintan bastos
aunque siempre hay un resquicio para la esperanza de sus seguidores porque,
aunque mermados, en el equipo siguen estando futbolistas descomunales. En todo
caso, de no ser así y extenderse el dominio madridista y el sometimiento
azulgrana, no habrá caballos lo suficientemente rápidos para llevar a orillas
protegidas a los responsables del estancamiento.
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