El ascenso del filial del Barcelona a la segunda división ha
insuflado energía al fútbol de cantera de la entidad. Esta progresión ha
supuesto cerrar una temporada luminosa porque la lista de títulos en todas las
categorías vuelve a ser extraordinaria y más después de una sanción aplicada al
club por sus malas prácticas en la incorporación de jugadores en edad infantil.
Calibrar el éxito de una estructura de fútbol base en el
número de copas que entran en la vitrina es muy injusto porque entre los
indicadores que no se valoran pueden citarse, entre otros, la capacidad de
atracción y retención de talento del Barcelona o similares sobre sus
competidores o las desigualdades de recursos que existen en una misma
categoría. Una institución como la azulgrana, que pertenece a la élite de su
gremio, debería ser más exigente en sus valoraciones y balances. La tentación interna a la autocomplacencia y la externa a la demolición son elementos con una capacidad de distorsión suficiente como para ahondar en esas arbitrariedades.
El mayor triunfo en el deporte de cantera que se supedita a
un colosal primer equipo, que lo absorbe casi todo dentro de la entidad, es la
consolidación de jugadores jóvenes en la estructura, no las goleadas de los
niños a rivales a los que se ha desprendido de sus mejores promesas. La
construcción de un equipo de chavales no puede estar limitada al último partido
de la temporada sino a un camino de valores y de esfuerzo para alcanzar una
meta a largo plazo en la primera plantilla del club. Los títulos en esas
categoría son solo estadísticas y contravienen la norma elemental de la
educación deportiva para los niños, a quienes hay que enseñar a jugar. La
competición es algo que el ser humano lleva dentro de sí desde su nacimiento y
su condición innata es garantía de su aplicación. En el momento en que la
sociedad identifica a un grupo de críos con profesionales de cualquier
actividad se provoca la perversión del sistema. Hoy día esta disfunción no
puede prevenirse porque ya se ha asentado con firmeza, por lo que, como sucede
con el cambio climático, la meta es trabajar para mitigar el desastre.
Uno de los mejores jugadores de los últimos tiempos comentó
en una reunión que el nivel entre los futbolistas de los grandes clubes acostumbra
a ser muy similar: si alguien hiciera una media de rendimiento, calidad,
técnica y rentabilidad, los resultados serían parejos entre todos ellos. Su
gran diferencia es el compromiso, reflejado en el hecho de que los chicos que
han subido desde la cantera al primer equipo suelen ser aficionados,
seguidores, de ese equipo. Disponer de un buen número de ellos en una plantilla
es una distinción emocional que contribuye al éxito de la entidad, tanto en su
bloque más importante como en toda la organización que ha hecho posible la
inclusión de canteranos en aquel. Ponía el ejemplo de Carles Puyol, quien toda
su carrera ha disputado los partidos como si fueran los últimos de su vida, sin
más objetivo que el triunfo del Barça por encima de su lucimiento personal,
algo para lo que el mismo Puyol sabía que no estaba dotado.
Los ejemplos más recientes apuntan en esa dirección. El
propio Barcelona se ha paseado por el mundo con un conjunto de campanillas, provisto
de una nómina muy numerosa de jugadores que provenían de sus categorías
inferiores. Es muy difícil encontrar una conjunción tan alta de talentos en un
mismo periodo histórico, pero es igual de complicado explicar los motivos por
los que se cuenta con sospechosas incorporaciones de futbolistas que no mejoran
ostensiblemente el desempeño de los canteranos.
Con el nivel de exigencia como coartada, se relaciona la
incorporación de los jóvenes a la primera plantilla con la valentía del
entrenador vigente. Una estructura no puede depender de un superhéroe para su
funcionamiento porque una vez acabado el personaje se debilita toda la
organización. Dentro del deporte, las diferencias entre los hombres y los niños
deben ser mucho más notables que el palmarés y el arrojo del jefe. Esto se facilita
a través de una gestión que permita que los críos sean los verdaderos
personajes de cómic durante su vida infantil en lugar de unos códigos de barras
dentro del cuento.