El Real Madrid acababa de ganar 5-0 al Barcelona. Los
periodistas que acompañaban a los derrotados llegaron tarde al avión de regreso
a la Ciudad Condal y, en el interior de la nave, un lánguido Romario indicó a uno de los
atribulados informadores que el sitio libre junto a su lado era para él.
-¿Te han dado acreditación del partido? -fue el saludo del
astro.
-Aquí no dan acreditación, dan una especie de entrada
–repuso su interlocutor.
-Dámela.
Sin entender de qué iba el asunto, la presunta credencial
voló del bolsillo de su propietario a la mesita del asiento. El atacante, con
la misma frialdad con que encaraba a los desdichados porteros rivales, sacó un
bolígrafo del bolsillo de su americana y rellenó algo que después firmó. La desplazó
sin levantarla por el plástico que hizo las veces de apoyo y se dirigió al
compañero de butaca.
-Guárdala, porque a lo mejor algún día vale dinero. Hoy es
el último partido de Romario con el Barcelona.
El receptor de la cariñosa dedicatoria y el consiguiente
autógrafo fui yo. La escena aparece en este artículo dedicado a Cristiano
Ronaldo porque Romario me explicó que estaba harto del fútbol y que,
independientemente de lo que pensara el club, él estaba dispuesto a no volver a
jugar en el equipo, lo que en realidad sucedió. Argumentó con detalle las
razones de su decisión, que le abocaba a un deporte, el brasileño, alejado de
los focos y los premios, como única salida a su pesadumbre. Como es natural, al
trabajar en una radio, le pedí permiso para dar la noticia en directo una vez
aterrizados, pasada la medianoche: “La información es tuya, haz lo que quieras
con ella”.
Esta semana, los medios de su país han publicado que
Cristiano Ronaldo no volverá a jugar en el Real Madrid. El periodismo se ha convertido
en un gremio tan extraño que cuestiona antes el trabajo de los compañeros que
las actitudes de los protagonistas y tuvieron que pasar varias horas antes de
que se asimilara la verdad embebida en las portadas portuguesas. Muchos
jugadores han abandonado sus clubes por rencillas con el entrenador, el
presidente o los aficionados, pero pocos se han escudado en el empalago hacia
todos quienes les rodean. En ambos casos, Romario y Cristiano, la
generalización ha sido la coartada de su decisión y en ninguno de ellos se
recogieron declaraciones directas de los implicados.
Cristiano se ha fraguado un perfil de profesional más
proclive a una rabieta que a una estrategia pero una determinación de este
calado, incluida su difusión, no es algo que se improvisa. Aun así, la
coincidencia de la información con la acusación de la fiscalía y la posible
renovación de Messi ha sido un aspecto tan relevante que ha convertido la
quizás honorable intención del delantero en un escenario embarrado, del que no
saldría bien parado ni el más vil de los personajes teatrales. La reducción al
absurdo conduce inevitablemente al trasfondo económico y esto recae en la
transformación de la imagen del madridista, que se asienta como una máquina
tragaperras en lugar de una máquina goleadora, injustamente si se tiene en
cuenta su brillante trayectoria.
El pasado no existe en el fútbol cuando se considera que se
ha producido una deslealtad y así se puede interpretar la bravata. Cristiano ha
escogido un trámite, el de pagar o no impuestos, que iguala al mejor y al peor
jugador del mundo. De esta manera, también ha manifestado su elección por su
presente como contribuyente en lugar de su futuro como leyenda, y ha desestimado que una
institución poderosa dispone de numerosas herramientas para descargarse de
responsabilidad ante una crisis de esta magnitud e incluso salir reforzada de ella. Estas
prevenciones nunca son consideradas por los futbolistas.
Es probable que Cristiano y su entorno manejen tantas medias
verdades que se hayan hecho un lío con ellas. Por ejemplo, sus acusaciones a la
prensa. La mayoría de medios han sido celosos guardianes de la integridad de la
estrella, encumbrándole a algún premio inmerecido, ocultando, cuando no
justificando, sus malas prácticas dentro y fuera del campo o mostrándole una
fidelidad que solo con mucho trabajo se puede encontrar en otros ámbitos. El
portugués y el periodismo han sido más veces cómplices que enemigos y de ningún
modo es justificable que se culpe a los transmisores de la información de los
pecados que la provocan. Un jugador del Dream Team que esperaba para renovar un
documento fue invitado por los funcionarios a adelantar a toda la cola y su
respuesta fue que quizás él era el único de todo el edificio que no tenía
prisa, en comparación con las decenas de ciudadanos que aguardaban la gestión.
Cristiano ha expresado sus prisas en mal momento y peor forma, no ha
aprovechado las ocasiones para negar la noticia de forma inequívoca y ha
preferido navegar entre dos aguas muy profundas, lo que ha enviado inseguridad
a quienes todavía confían en su sinceridad hacia el Real Madrid y su contrato.
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