martes, 25 de julio de 2017

El futuro cargado de recuerdos del Barcelona

El Barcelona vive tiempos convulsos por muchos motivos pero el último es quizás el más doloroso, al tratarse de una deslealtad repetida. Neymar ha sembrado discordia al consentir, cuando no promover, nuevos contactos con el PSG. En un club con las defensas bajas tras una discreta temporada, que estrena entrenador y persigue un trabajoso renacimiento, el aguijonazo del brasileño es un virus con muy mala pinta.

El tiempo pasa y la columna del último Barça arrollador está en un proceso de envejecimiento natural, por el que carteles luminosos se van apagando hasta convertirse en papeles amarillentos, cuya grandeza radica en la memoria. Este problema es consustancial al barcelonismo y, tras un notable periodo de bonanza, ha regresado con fuerza al ánimo de sus aficionados. En la asombrosa narración de la historia de Drácula, un párrafo define el auténtico peligro de su castillo: está cargado de viejos recuerdos. Esta materia capaz de encender y apagar la moral al mismo tiempo es la munición de la que se nutre la costumbre autodestructiva del Barcelona.

A nadie escapa que el futuro no tiene buen aspecto para la entidad, inmersa en una gestión tan mediocre que hasta puede afirmarse que el equipo no ganó la pasada Liga por sus propios errores. En Europa le pintaron la cara y los fichajes no rindieron como de ellos se había esperado, lo que cuestiona con justicia la capacidad de los responsables de la necesaria reconstrucción. De convertir al Real Madrid en irrelevante, el barcelonismo ha pasado a recuperar a su bestia. El tránsito de institución modélica a condenada por la justicia ha sido otro varapalo y la parsimonia de la junta directiva desespera a quienes demandan acción.

En cierta forma, la preocupación por el futuro es posible porque existe el recuerdo del pasado. Un niño pequeño pondrá sin cuidado la mano en un fuego sin pensar en el doloroso futuro que le espera con la quemadura. El recuerdo de haberse quemado o de que alguien se ha quemado con anterioridad es la previsión del futuro. En esta tesitura se encuentran muchos seguidores del Barcelona, para quienes los próximos años presentan una previsión muy derrotista porque ya han vivido situaciones muy similares, en las que pese a contar con los mejores jugadores del mundo no se ganaban títulos, se recortaba el rol de la cantera o la corrupción dentro del organigrama lastraba la dirección de la entidad. La evocación de este panorama es el futuro que muchos ya adivinan para el actual Barça.

Sin embargo, la torpeza de Neymar ha contribuido a que la identidad azulgrana se haya reavivado al rechazar con vehemencia la conducta de un futbolista no militante. También ha ayudado a que dos figuras importantes del equipo, Piqué y Mascherano, tributaran un servicio mayúsculo al club al responder sin limitaciones a las preguntas sobre su compañero mientras ni este, ni el equipo que ha provocado el desconcierto, ni el que lo está tolerando se refirieran al caso. Voluntaria o involuntariamente, los jugadores han hecho de la directiva un ente que gestiona operaciones de marketing, contrata a consultores a contracorriente y se refugia en el manual de tópicos para gestionar cuestiones de gravedad. La sensación es que no tiene mucha más utilidad que los aspectos contables y de representatividad y, como sucede en la naturaleza, las cosas que no se utilizan tienden a atrofiarse y desaparecer o quedar extremadamente reducidas.

Pocas organizaciones sabrán mejor que el Barça que nada es eterno, en especial porque sus propios malos días acabaron tras muchos intentos. Hoy ya compite con clubes que le adelantan en presupuesto para gastos y hasta en proyecto, con lo que los negociadores azulgrana acuden desarmados a la mayoría de discusiones y de ninguna forma son capaces de articular al mejor equipo alrededor del mejor jugador. Estas notas forman parte del pasado que cualquier barcelonista anterior al presente siglo puede recordar sin dificultad y son los recuerdos que dibujan el futuro. Memorias que, como en la preciosa novela de Stoker, son las que cargan de pesadillas el porvenir inmediato del Barcelona.


lunes, 17 de julio de 2017

El quinquenio de Neymar

Recostado en la rutina de la retirada, un jugador brasileño comentó que el mayor error de su carrera fue cumplir con el mantra que rodea a sus compatriotas en este deporte: hacer honor a una nomenclatura funcionarial y ser hombres de trienios. El primer año es el de la llegada al club, el segundo es el de la confirmación y el tercero acaba por ser el del aburrimiento, el distanciamiento y la despedida. No debe resultar sencillo trasponer una cuestión casi genética, arraigada en muchos años de historia futbolera, pero aquel personaje sigue lamentando su marcha prematura.

Ya no es el caso de Neymar, que ha sobrepasado este periodo de identidad para sus paisanos y cumple su quinta temporada en el Barcelona. No obstante, este presunto remanso curricular no ha estado exento de polémicas que han convulsionado su etapa azulgrana hasta el punto de que ha vuelto a reavivarse su posible salida del Camp Nou. Como ya ocurrió con anterioridad, el PSG es el protagonista del movimiento y el periodismo el transmisor del mismo.

El club, a través de su secretario técnico y del portavoz de su Junta, ya ha expresado su tranquilidad, algo que no supone ninguna novedad. Tampoco es extraordinario que parte del organigrama defienda con altavoz en público al jugador, mientras en privado cizañea con su nombre. La sombra de Messi hace que quienes saben de fútbol, muchos de sus compañeros, se consideren protegidos para los campeonatos y quienes no tienen ni idea, la mayoría de directivos, se sientan invulnerables para defender las posturas más peregrinas.

Llama la atención la disparidad de opiniones que genera Neymar, según se pregunte por su comportamiento en el césped o en la pasarela. Se le tiene por un brasileño que prepara bien los partidos, cumple con las instrucciones del entrenador en los entrenamientos, no genera tensiones innecesarias en el vestuario y cuida su forma, conceptos inasumibles por no pocos de sus colegas de Brasil emigrados a Europa. Bajo este punto de vista, se convierte en un estupendo jugador de club. Pero el problema con este desempeño es que suele durar una hora y media, dos a lo sumo. Fuera del ejercicio diario aparece la figura de un muchacho joven, que adora disfrutar la vida y su fortuna, y que es acogedor respecto a varios tipos de estridencias.

La lista de agravios mitiga su profesionalidad y envalentona a sus críticos más atroces. La complejidad de su fichaje ha derivado en juicios, sentencias y desprestigio para todos los que tomaron parte en la operación. La opacidad de su llegada al Barça dejaría pálido a cualquier observador imparcial y aún hoy nadie puede afirmar tajantemente que sabe lo que sucedió en realidad. No contribuye a fomentar su imagen la gestión comunicativa que le rodea, desajustada y sin preparación. Tampoco se ha aclarado lo suficiente cómo es posible que sus bajas coincidan con el cumpleaños de su hermana o que haya permitido que su padre se reuniera a puerta abierta con el PSG, algo a lo que se dio poco recorrido pese a que no deja de ser una deslealtad.

En un curioso giro de la heráldica, el chico tiene en sus pies la corona de ser el mejor brasileño de la actualidad. El fútbol de su país está en un pozo muy profundo desde hace una década y solo la victoria en los últimos Juegos Olímpicos ha compensado los sinsabores de sus aficionados. Por el momento, esa condición de liderazgo en la selección está afianzada. En el Barcelona, Neymar está rodeado de, entre otros, el mejor jugador posible, y a su favor debe apuntarse que siempre ha sabido convivir con este papel de actor secundario. Sin embargo, para un futbolista de su categoría, que lleva cuatro temporadas en el Barça, resulta un pobre expediente que solo se hable de un par de grandes actuaciones como si se tratara de reliquias medievales.

Lo más insólito de la situación es que, hasta hoy, la gestión deportiva del Barcelona ha estado más pendiente de las oficinas que del campo y este foco desviado es descorazonador para los seguidores. La llegada de un nuevo entrenador puede cambiar la convivencia en el camerino pero precisamente eso es algo que ya funcionaba entre los futbolistas. Pocas caras reflejaron la decepción de la eliminación europea como la de Neymar, quien perdía al mismo tiempo la eliminatoria frente a la Juventus y cualquier opción para aparecer como candidato a los premios de la temporada. Sin cambios de calado, tal vez la mayor transformación sea que Neymar siga sin problemas en el Barcelona en el año de su quinquenio.




lunes, 10 de julio de 2017

La lealtad de los grandes

Con el ruido de los motores de un avión en velocidad de crucero, Zinédine Zidane lanzó una confidencia: lo que más le sorprendía cuando visitaba un país en misión humanitaria no eran las caras de alegría de los lugareños, felices por la presencia de un futbolista de su enjundia, sino las expresiones de extrañeza de todos aquellos, como si estuvieran preguntándose qué demonios hacía allí Zidane, en un territorio estéril para el fútbol y olvidado para el desarrollo.

El ahora entrenador del Real Madrid y Ronaldo Nazário compartieron cargo de embajador de buena voluntad en una de las mayores agencias de Naciones Unidas. Juntos o cada uno con su correspondiente empeño, pisaron lugares en los que el fútbol profesional es conocido al detalle pero solo gracias a viejos televisores o transistores de radio que ya estaban pasados de moda el día de su salida al mercado. Por esa comunicación eran célebres y por esa misma vía aparecían como entidades inalcanzables para aquellos habitantes.

Entre sus atribuciones, también organizaban a medias un partido amistoso con figuras del deporte, no solo del fútbol, e incluso del espectáculo, que servía para recaudar fondos para algunos programas de esa organización benefactora. En resumen, destinaban parte de su tiempo a desplazarse a zonas desasistidas o en conflicto y a reunirse con amigos y conocidos para disputar un encuentro solidario.

Las vacaciones suelen ser un momento adecuado para estas actividades, que contrariamente a lo que suele entenderse, no son un añadido a la profesión de deportista, sino parte de ella. Todavía resulta complicado explicar a un personaje que su aportación más valiosa a la sociedad no tiene por qué ser el dinero. Solo con pensar en las cifras que se manejan en el deporte profesional, aunque la financiación es bienvenida en cualquier caso, para el protagonista suele ser lo menos costoso y, por ello, el menor de los sacrificios: personas cuyo salario por hora supera los seis mil euros difícilmente podrán convencer a la sociedad de que donar el extracto monetario de cien de sus minutos profesionales (menos de dos horas) es un compromiso sólido.

Firmar un talón al portador es un proceso enigmático, embarrado en la sospecha permanente que rodea a las donaciones por muy voluntariosas que estas sean. Decenas de organizaciones precisan de fondos, pero todas sin excepción requieren de difusión. En este apartado es donde los futbolistas tienen la mano ganadora, dado que su poder de convocatoria es enorme. Visto el valor que cada día de su vida contabiliza no es de extrañar que su activo más precioso sea el tiempo. Ese rato que el implicado entrega a los pobres, enfermos, desplazados, contaminados o atacados es una muestra impagable de dedicación, aunque sea en detrimento de su propia familia.

Basta con agarrar la lista de las diez principales preocupaciones de cualquier ciudadano para observar que ninguno de esos temas son recurrentes en las apariciones públicas de los deportistas. Es muy difícil escuchar pronunciamientos sobre la inmigración, pese a que muchos de ellos la han conocido; el cambio climático, a muchos de cuyos países afecta directamente; la igualdad, para sus madres, hermanas, esposas, hijas y mujeres en su totalidad; el crecimiento desmesurado de las ciudades, en las que ellos habitan; o el paro, en el que no pocos de sus familiares y amigos aterrizan en algún momento. Tomar partido por el bien de la sociedad es cuestión de tiempo, pero del tiempo que se tarda en asumir el verdadero papel inspirador y en preparar sus intervenciones. La mayoría de grandes futbolistas son dioses pero no líderes sociales. 

Sentado en el sofá de su salón de estar junto al propio Ronaldo, hace más de diez años que Nelson Mandela le desgranó el secreto: es necesario actuar como aquellos que te adoran esperan que lo hagas. Si no es así, muchos desistirán aunque habían confiado en que llegaría el día, mientras otros pronto se darán cuenta de que nunca llegará y acabarán abandonando también. En el mundo del privilegio, ser leal a uno mismo, en la grandeza, tiene mucho que ver con ser leal a los demás.


lunes, 3 de julio de 2017

Bartomeu, su Junta y la invisibilidad

La Junta del Barcelona ha conseguido que se hable de sus dirigentes en una época en que el protagonismo del fútbol se centra en los jugadores y sus fichajes. Este grupo de directivos ha funcionado a contracorriente en muchos aspectos y su nueva hazaña les ha vuelto a colocar en el disparadero informativo y social. En una investigación de la Televisió de Catalunya, se ha descubierto más de una acción cuando menos sospechosa de irregularidades en la gestión del programa de asientos libres de la entidad, que ceden los socios a cambio de repartirse lo obtenido por su alquiler oficial.

Puede cuestionarse el talante de quien posee un abono y regularmente prefiere comerciar con él antes que asistir a los partidos para animar a su equipo. No obstante, esta operación es tan vieja como el estadio y además dispone desde hace años de cauces legales para su realización. Si sus consocios pueden mirarle con recelo, lo destapado por el trabajo periodístico es muy reprobable sin una explicación previa: inflar el precio de la localidad y no repartir siguiendo los porcentajes acordados.

La significación de este suceso, aclarado ayer por el señor Cardoner con más pasión que eficacia, es mucho más trascendente dado que demuestra que cualquier acontecimiento es combustible en el barcelonismo. No importan el área a la que afecte la cuestión, sus protagonistas, la mejor de las voluntades o las consecuencias: todo lo que tiene relación con los responsables del Barcelona está bajo sospecha y, lo más insólito, ello ocurre sin el concurso de una oposición organizada, competente y visible que pueda fomentar el desgobierno.

El caso ahonda el desamor entre parte de los seguidores de la entidad y sus gestores, quienes afrontan un proceso de moción de censura en ciernes, al que solo han sabido responder calificando de moroso al promotor. Es una bajeza que poco bueno dice de la contabilidad del club y menos de los ofendidos. La seguridad con la que el portavoz del Barcelona esgrimió la factura bien pudo emplearla el presidente cuando titubeó ante los periodistas al mal explicar la acción de responsabilidad interpuesta a sus predecesores.

Apuntan a una transparencia en la gestión que en realidad no es tal porque o acumulan los datos sin orden ni opción a su utilización o los ocultan amparados en el papeleo. Una cosa es ser transparente; otra invisible, y por esta vía transita el Barcelona. Es como una pecera de cristal a través de la cual pasa la vista si no se llena de pececillos, corales y rocas. Es decir, si no se la dota de contenido, la clave de la información. Aún hoy pocos están en disposición de hablar con certeza de qué ha ocurrido con el caso Neymar, con la situación generada a raíz de las estelades con la UEFA, la remodelación del estadio prevista, el patrocinio de Qatar, las tropelías de Sandro Rosell o el desdén con el que la FIFA trata a una entidad en tiempos nada lejanos envidiada y que como respuesta tuvo la ocurrencia de enviar un inmundo vídeo grabado por Andrés Iniesta para disculpar la ausencia de jugadores en un evento mundial. Si el capitán no fuera tan buena persona podría haber provocado un cataclismo en el seno de la institución.

También Messi tuvo su oportunidad, cuando el director general azulgrana manifestó con el presidente a su lado que la renovación del argentino era algo que debían tomarse con calma. Jugadores como Suárez, aficionados e incluso algún directivo reclamaron dejarse de tonterías y agarrar al diez como enseña de la casa. Este fue otro tipo que, sin proponérselo, se comportó a favor de sus jefes al no aparecer en público y, por ejemplo, decir que tenían toda la razón: él mismo se tomaría su ampliación de contrato con mucha tranquilidad. Ese mensaje habría sido una cuchillada en el pasmoso camino seguido por la directiva.

Mientras Piqué ha hecho las veces de portavoz en su doble versión contemporizadora e incendiaria, nadie en el Barcelona ha sido capaz de levantar la voz ante los abusos que ha sufrido la organización o los temas más candentes de la actualidad. Con un entrenador malcarado, renegado por el periodismo y consentido, la versión amable de la entidad quedó desierta, sin nadie capaz de exponer sus bondades en tiempos de convulsión deportiva, arbitral, institucional y económica. Sacar al presidente a hacer el paripé en sus intervenciones públicas elimina a un difusor de buenas noticias porque su credibilidad se ha difuminado con algo que debía ser un refuerzo: su comunicación.

Tiene el fútbol un hechizo increíble, difícil de encontrar en otros ámbitos: la velocidad. Todo pasa muy rápido, lo bueno y lo malo, y este es el único argumento al que se pueden agarrar hoy día los mandamases del Barcelona. Sus buenos tiempos volaron justa o injustamente; de igual modo, confiarán en que esta época de penurias sea tan efímera como el peso de cien mil almas al gritar Força Barça en el Camp Nou.