El Barcelona vive tiempos convulsos por muchos motivos pero
el último es quizás el más doloroso, al tratarse de una deslealtad repetida.
Neymar ha sembrado discordia al consentir, cuando no promover, nuevos contactos
con el PSG. En un club con las defensas bajas tras una discreta temporada, que
estrena entrenador y persigue un trabajoso renacimiento, el aguijonazo del
brasileño es un virus con muy mala pinta.
El tiempo pasa y la columna del último Barça arrollador está
en un proceso de envejecimiento natural, por el que carteles luminosos se van
apagando hasta convertirse en papeles amarillentos, cuya grandeza radica en la
memoria. Este problema es consustancial al barcelonismo y, tras un notable
periodo de bonanza, ha regresado con fuerza al ánimo de sus aficionados. En la
asombrosa narración de la historia de Drácula,
un párrafo define el auténtico peligro de su castillo: está cargado de viejos
recuerdos. Esta materia capaz de encender y apagar la moral al mismo tiempo es
la munición de la que se nutre la costumbre autodestructiva del Barcelona.
A nadie escapa que el futuro no tiene buen aspecto para la
entidad, inmersa en una gestión tan mediocre que hasta puede afirmarse que el
equipo no ganó la pasada Liga por sus propios errores. En Europa le pintaron la
cara y los fichajes no rindieron como de ellos se había esperado, lo que
cuestiona con justicia la capacidad de los responsables de la necesaria
reconstrucción. De convertir al Real Madrid en irrelevante, el barcelonismo ha pasado
a recuperar a su bestia. El tránsito de institución modélica a condenada por la
justicia ha sido otro varapalo y la parsimonia de la junta directiva desespera
a quienes demandan acción.
En cierta forma, la preocupación por el futuro es posible
porque existe el recuerdo del pasado. Un niño pequeño pondrá sin cuidado la
mano en un fuego sin pensar en el doloroso futuro que le espera con la
quemadura. El recuerdo de haberse quemado o de que alguien se ha quemado con
anterioridad es la previsión del futuro. En esta tesitura se encuentran muchos
seguidores del Barcelona, para quienes los próximos años presentan una
previsión muy derrotista porque ya han vivido situaciones muy similares, en las
que pese a contar con los mejores jugadores del mundo no se ganaban títulos, se
recortaba el rol de la cantera o la corrupción dentro del organigrama lastraba
la dirección de la entidad. La evocación de este panorama es el futuro que
muchos ya adivinan para el actual Barça.
Sin embargo, la torpeza de Neymar ha contribuido a que la
identidad azulgrana se haya reavivado al rechazar con vehemencia la conducta de
un futbolista no militante. También ha ayudado a que dos figuras importantes
del equipo, Piqué y Mascherano, tributaran un servicio mayúsculo al club al
responder sin limitaciones a las preguntas sobre su compañero mientras ni este,
ni el equipo que ha provocado el desconcierto, ni el que lo está tolerando se
refirieran al caso. Voluntaria o involuntariamente, los jugadores han hecho de la
directiva un ente que gestiona operaciones de marketing, contrata a consultores
a contracorriente y se refugia en el manual de tópicos para gestionar
cuestiones de gravedad. La sensación es que no tiene mucha más utilidad que los
aspectos contables y de representatividad y, como sucede en la naturaleza, las
cosas que no se utilizan tienden a atrofiarse y desaparecer o quedar
extremadamente reducidas.
Pocas organizaciones sabrán mejor que el Barça que nada es
eterno, en especial porque sus propios malos días acabaron tras muchos
intentos. Hoy ya compite con clubes que le adelantan en presupuesto para gastos
y hasta en proyecto, con lo que los negociadores azulgrana acuden desarmados a
la mayoría de discusiones y de ninguna forma son capaces de articular al mejor
equipo alrededor del mejor jugador. Estas notas forman parte del pasado que
cualquier barcelonista anterior al presente siglo puede recordar sin dificultad
y son los recuerdos que dibujan el futuro. Memorias que, como en la preciosa
novela de Stoker, son las que cargan de pesadillas el porvenir inmediato del
Barcelona.