La Junta del Barcelona ha conseguido que se hable de sus
dirigentes en una época en que el protagonismo del fútbol se centra en los
jugadores y sus fichajes. Este grupo de directivos ha funcionado a
contracorriente en muchos aspectos y su nueva hazaña les ha vuelto a colocar en
el disparadero informativo y social. En una investigación de la Televisió de
Catalunya, se ha descubierto más de una acción cuando menos sospechosa de
irregularidades en la gestión del programa de asientos libres de la entidad,
que ceden los socios a cambio de repartirse lo obtenido por su alquiler
oficial.
Puede cuestionarse el talante de quien posee un abono y
regularmente prefiere comerciar con él antes que asistir a los partidos para
animar a su equipo. No obstante, esta operación es tan vieja como el estadio y
además dispone desde hace años de cauces legales para su realización. Si sus
consocios pueden mirarle con recelo, lo destapado por el trabajo periodístico
es muy reprobable sin una explicación previa: inflar el precio de la localidad
y no repartir siguiendo los porcentajes acordados.
La significación de este suceso, aclarado ayer por el señor
Cardoner con más pasión que eficacia, es mucho más trascendente dado que demuestra que cualquier
acontecimiento es combustible en el barcelonismo. No importan el área a la que
afecte la cuestión, sus protagonistas, la mejor de las voluntades o las
consecuencias: todo lo que tiene relación con los responsables del Barcelona
está bajo sospecha y, lo más insólito, ello ocurre sin el concurso de una
oposición organizada, competente y visible que pueda fomentar el desgobierno.
El caso ahonda el desamor entre parte de los seguidores de la entidad y sus gestores, quienes afrontan un proceso de moción de censura en
ciernes, al que solo han sabido responder calificando de moroso al promotor. Es
una bajeza que poco bueno dice de la contabilidad del club y menos de los
ofendidos. La seguridad con la que el portavoz del Barcelona esgrimió la
factura bien pudo emplearla el presidente cuando titubeó ante los periodistas
al mal explicar la acción de responsabilidad interpuesta a sus predecesores.
Apuntan a una transparencia en la gestión que en realidad no
es tal porque o acumulan los datos sin orden ni opción a su utilización o los
ocultan amparados en el papeleo. Una cosa es ser transparente; otra invisible,
y por esta vía transita el Barcelona. Es como una pecera de cristal a través de
la cual pasa la vista si no se llena de pececillos, corales y rocas. Es decir,
si no se la dota de contenido, la clave de la información. Aún hoy pocos están
en disposición de hablar con certeza de qué ha ocurrido con el caso Neymar, con
la situación generada a raíz de las estelades
con la UEFA, la remodelación del estadio prevista, el patrocinio de Qatar, las
tropelías de Sandro Rosell o el desdén con el que la FIFA trata a una entidad
en tiempos nada lejanos envidiada y que como respuesta tuvo la ocurrencia de
enviar un inmundo vídeo grabado por Andrés Iniesta para disculpar la ausencia
de jugadores en un evento mundial. Si el capitán no fuera tan buena persona
podría haber provocado un cataclismo en el seno de la institución.
También Messi tuvo su oportunidad, cuando el director
general azulgrana manifestó con el presidente a su lado que la renovación del
argentino era algo que debían tomarse con calma. Jugadores como Suárez,
aficionados e incluso algún directivo reclamaron dejarse de tonterías y agarrar
al diez como enseña de la casa. Este fue otro tipo que, sin proponérselo, se
comportó a favor de sus jefes al no aparecer en público y, por ejemplo, decir
que tenían toda la razón: él mismo se tomaría su ampliación de contrato con
mucha tranquilidad. Ese mensaje habría sido una cuchillada en el pasmoso camino
seguido por la directiva.
Mientras Piqué ha hecho las veces de portavoz en su doble
versión contemporizadora e incendiaria, nadie en el Barcelona ha sido capaz de
levantar la voz ante los abusos que ha sufrido la organización o los temas más
candentes de la actualidad. Con un entrenador malcarado, renegado
por el periodismo y consentido, la versión amable de la entidad quedó desierta, sin nadie
capaz de exponer sus bondades en tiempos de convulsión deportiva, arbitral,
institucional y económica. Sacar al presidente a hacer el paripé en sus
intervenciones públicas elimina a un difusor de buenas noticias porque su
credibilidad se ha difuminado con algo que debía ser un refuerzo: su comunicación.
Tiene el fútbol un hechizo increíble, difícil de encontrar
en otros ámbitos: la velocidad. Todo pasa muy rápido, lo bueno y lo malo, y
este es el único argumento al que se pueden agarrar hoy día los mandamases del
Barcelona. Sus buenos tiempos volaron justa o injustamente; de igual modo,
confiarán en que esta época de penurias sea tan efímera como el peso de cien
mil almas al gritar Força Barça en el Camp Nou.
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