Este fin de semana ha concluido el campeonato del mundo de
fórmula 1 y, con él, las transmisiones de este deporte en abierto para toda
España. Al margen de la calidad o mediocridad de las emisiones durante estos
años, de los panegíricos indecentes que se han hecho a Fernando Alonso y que
sirvieron para minimizar a otros pilotos españoles de la parrilla, o del
desaprovechamiento de los derechos por los canales tenedores en estos años, el
final de la gratuidad suscita un denso debate acerca de los nuevos tiempos de
la televisión.
En su día el tumulto se produjo con el fútbol. Se llegó a
hablar de guerra entre las plataformas digitales, que luego acabaron uniéndose.
El gobierno de turno legisló sobre el interés común de algunos acontecimientos
para asegurar su emisión abierta y la audiencia se sintió compensada con el
regalo de poder disfrutar de un Madrid-Barça, los partidos de la selección o
los Juegos Olímpicos. Más de una década después, las protestas son mínimas y se
corresponden por la mala calidad del servicio más que por el hecho de
retratarse para acceder a los contenidos.
Se trata de la evolución natural del deporte. La irrupción
de intermediarios para negociar la venta de derechos incrementa el precio de las
competiciones y los tradicionales canales no pueden acudir a las subastas solo
con el recurso de la publicidad en el bolsillo. La juventud actual no conoce
más que de oídas el acceso a una exclusiva cadena de televisión estatal y le
puede chirriar esta discusión, que se retomó en el inicio de la temporada del
campeonato de motociclismo, que ha convivido entre la emisión ejemplar de pago
y la desmerecedora del canal que comparte los derechos en abierto.
Ahora le tocará el turno al automovilismo. La reacción
negativa no ha sido masiva por dos razones: primero, aún faltan cuatro meses
para que vuelvan a rodar los monoplazas; segundo, Fernando Alonso no levanta la
pasión de antaño y sus malas campañas encadenadas han destensado a los
aficionados. Pero, ¿eran seguidores del deporte o del piloto? Me temo que España
no es país de fórmula 1 y solo el desempeño del asturiano provocó el
enamoramiento a una disciplina más propia de británicos, alemanes o brasileños.
La tendencia del negocio es inequívoca hacia el pago por
visión. España es el país que reclama los servicios de Dinamarca a cambio de
los impuestos de Burundi y no es un modelo de innovación. La adaptación a los
nuevos tiempos, por poco que guste a los aficionados, no es acoger como si
fueran nuestros al Black Friday, Halloween o Santa Claus; se trata de
amoldarse a la caja registradora de los deportes.