La penicilina ha salvado muchas vidas y su descubrimiento
fue casual, al parecer por un descuido del científico Alexander Fleming. La providencia
ha abierto la puerta de grandes descubrimientos y avances, que llegan hasta el
mismo inicio de la existencia del universo conocido a través de la detección
involuntaria por Penzias y Wilson del eco de la explosión primigenia. Con estos
precedentes, no resulta extraño comprender que Ernesto Valverde, un técnico
contratado para manejar al tridente del Barça, se haya convertido en el mejor
gestor del equipo en la era posterior al trío de delanteros.
Debe creerse que cuando el presidente del Barcelona aceptó
la propuesta de Valverde como nuevo entrenador pensaría que tras la marcha de
Luis Enrique sería el candidato más adecuado para dirigir los pasos de Messi,
Neymar y Suárez. Con esta responsabilidad, unida al rescate emocional y
deportivo del equipo, fue presentado el preparador. Pocas semanas después, su
cometido perdió el encargo relativo al tridente por la espantada del brasileño pero multiplicó la parte de la
recuperación anímica: Valverde ha tenido que trabajar con unas coordenadas muy
diferentes a las que se dieron el día de su firma.
Ya empezó cruzada la singladura del técnico, pregonado en
una rueda de prensa del presidente enmerdada por otros temas que se comieron
la felicidad del anuncio. Fue muy injusto que su nombre apareciera enturbiado
en el mismo escenario y tiempo por los de Sandro Rosell, un ex presidente
presidiario, y Joan Laporta, otro ex mandatario denunciado por el propio club.
Tanto combate en el temario provocó que Josep Maria Bartomeu, para describir a
su nuevo entrenador, empleara un catálogo de tópicos vacíos y unas
explicaciones atroces que solo desmerecieron al protagonista cuando seguro que su intención habría sido otra más aceptable.
Aun así, Valverde ha conseguido en seis jornadas y algunas
semanas más de trabajo cumplir con su doble misión: gestionar al tridente y
levantar el ánimo y los puntos. Además ha sido capaz de encarar con éxito la
disolución del triplete atacante y encontrar una solución ingeniosa para
reemplazarlo en el dibujo y en el corazón de los barcelonistas. No solo no ha
protestado ante el cambio de las condiciones sino que ha sido capaz de poner
sensatez desde la sala de prensa a una coyuntura en la que se hablaba más de un
socio que aún no ha presentado su moción de censura que de futbolistas que han
ganado más de una Copa de Europa. Frente a la dicotomía, paz: esta ha sido la
fórmula mágica del preparador.
No es el Barcelona la organización que mejores portavoces
posee y sus directivos y ejecutivos se esfuerzan en dar la razón al mantra. Por
este motivo llama tanto la atención que Valverde sea a la vez tan explícito en
sus comparecencias y tan respetuoso. Su antecesor en el cargo optó por otra vía
de comunicación, mucho más combativa, con sobre el papel menos motivos, más
allá que su propio carácter. En caso de haber querido iniciar un incendio, a
Valverde se le han proporcionado herramientas y móviles suficientes para
hacerlo. En su lugar, ha preferido apagar los que otros, por acción u omisión,
han ido propagando.
Existían dudas sobre su adaptación al sistema pero el
técnico ha entendido que no se puede hablar de filosofía con el estómago vacío.
Con la existencia de no pocos asuntos para encender los ánimos, su fórmula
calmante pasa inevitablemente por los resultados. Pocos han recordado que el Barcelona
no ha jugado con dos extremos en este inicio de temporada o que ha duplicado
pivote defensivo en alguna ocasión. Bien alimentado el cuerpo, el alma se
amansa.
Con sentido común y gentileza ha esquivado Valverde polémicas
sobre su club y sobre los equipos rivales. No ha enfangado las portadas ni
comprometido la imagen de la entidad. Por el precio de un entrenador, el señor
Bartomeu ha conseguido todo un tridente, al lograr los servicios de un
entrenador, un portavoz y un pacificador.