lunes, 29 de mayo de 2017

Barça, el portavoz sin voz

El presidente del Barcelona ofreció una rueda de prensa para explicar los asuntos tratados en la reunión de la junta directiva. Acostumbrados a un portavoz ejecutivo, el anuncio de la comparecencia del mandatario ya confería un mayor grado de relevancia al discurso oficial. Si en Grífols o La Caixa, por citar un par de grandes compañías catalanas, es su primera figura del organigrama quien aparece ante los medios de comunicación, poco lugar queda para el titubeo.

Pero el fútbol es otra cosa: hace un año, el presidente del Real Madrid se citó con los periodistas solo para explicar el fallo que cometió un empleado por alinear a uno de sus futbolistas inhabilitados en la Copa, el del Atlético de Madrid se permite hablar de todo con simpatía y lo mismo le vende a Televisión Española decenas de películas que disecciona el Plan Urbanístico de la capital. El señor Bartomeu, el lunes, mezcló el futuro (el anuncio del nuevo entrenador) con el pasado (ex presidente Sandro Rosell, ex directivos denunciados) y del cóctel salió la sensación de que no controlaba ninguno de los temas sobre los que estaba tratando.

Si alguien está convencido de que su versión es la única válida, la seguridad que debe transmitir puede hasta atemorizar a los presentes. La valoración de la decisión judicial sobre la acción de responsabilidad fue tibia, imprecisa cuando no errónea, temblorosa y nada clarificadora. El presidente del Barcelona tiene que prepararse mejor sus intervenciones porque con su mensaje nada inequívoco cometió un doble desliz: ni dijo a los aficionados lo que quieren oír ni tampoco lo que deben saber. El reparto de sentencias subrayadas en la sala como quien entrega gorras de publicidad podría entenderse como un ejercicio de transparencia, aunque si no se viola el derecho a la intimidad, aquellas son totalmente públicas. De nuevo, cualquier atisbo de buena fe quedó mitigado por las explicaciones peregrinas que ofreció el dirigente, tuviera o no razón, lo que representa la ampliación del problema: nadie quedó convencido.

Anunciar el nombre del nuevo entrenador en un acto marcado por el combate es contraproducente. Hasta para referirse a Valverde hubo un exceso de explicaciones, que a partir de la cuarta casi se transformaron en justificaciones. Tópicos contra la grandeza que se debe a quien se presume que es el mejor candidato para dirigir al primer equipo de un club. Quien quisiera bromear sobre Valverde tuvo la munición en las virtudes que el mandatario expuso acerca de su nuevo trabajador, de quien quedó la idea de que es un hombre tecnológico por encima de su trabajo táctico o de recursos humanos. Afirmar que la decisión se tomó horas antes es infantil y de ser verdad pondría a una estructura millonaria en situación de riesgo al tratarse de una determinación estratégica de alto calado. Fue como demostrar que los directivos sirven para algo en un gremio en el que con muchas dificultades se puede explicar qué hacen dentro de cualquier club en los escalafones que van desde el presidente hacia abajo.

Respecto a las referencias a quien desde prisión ha podido leer los pormenores de la rueda de prensa de quien fue su vicepresidente y aún amigo, la mayor novedad radicó en que el Barcelona se personará contra el señor Rosell en el caso de que quede demostrado su dolo en contra de los intereses de la entidad. Desde un punto de vista de la comunicación, esta sencilla declaración de intenciones resuena como una estupenda iniciativa, tanto como absolutamente normal y necesaria les puede parecer al primero de los juristas y al último de los seguidores. Aun así, como la totalidad de los mensajes esgrimidos, quedó aguado por el descontrol del máximo portavoz de la institución.

En un mundo ideal dentro de la gestión empresarial, el director deportivo habría explicado por qué Valverde es el entrenador, un abogado se habría explayado sobre la acción de responsabilidad y la entidad habría enviado un comunicado puntual con una referencia al respeto a la presunción de inocencia y los derechos reservados a actuar ante cualquiera que atente contra sus intereses. Todo ello en tiempo y manera adecuados, no de forma atolondrada, equiparando los tres asuntos en importancia, mezclando preguntas y respuestas de unos y otros, o provocando que cada uno de ellos reste trascendencia al resto de la agenda. Cuando la intención es cerrar temas, supone un terrible error provocar que en lugar de zanjarlos se abran nuevas puertas a la polémica y por ahí se le escaparon al presidente Bartomeu las razones válidas que pudiera tener en su discurso.


martes, 23 de mayo de 2017

Dama y caballeros, enciendan sus motores

Las 500 millas de Indianápolis, que se disputan el domingo, son una de las pruebas más legendarias de cualquier deporte. Están salpicadas de innumerables tradiciones recogidas en sus 101 años de organización, que incluyen himnos, canciones, convivencias de pilotos y aficionados o procedimientos, pero también hay muchos datos que han convertido a esta carrera en un sueño para muchos profesionales.

La primera parrilla, de cinco coches por línea, en 1911, se elaboró por orden de inscripción y a partir del tercer año por sorteo. Tuvieron que celebrarse varias ediciones para discutir el puesto de salida por la velocidad media alcanzada. En aquellos días los coches eran de dos plazas porque un mecánico debía acompañar al piloto, había relevos en boxes y el ganador empleaba casi siete horas para cubrir la distancia.

El espectáculo ya comenzó con las primeras ediciones: aún hoy se cree que el vencedor inaugural fue el único que utilizó un espejo retrovisor en su bólido, en tanto que el ganador de la prueba dos años más tarde atribuyó su triunfo al champán que tomaba durante cada parada en boxes. Tuvieron que celebrarse 10 ediciones para que se produjera la primera victoria de un piloto que partía desde la primera posición en la parrilla, y 23 para que el uso del casco fuera obligatorio para competir. Otros elementos que hoy se consideran indispensables para la seguridad de los participantes tardaron algo más en implantarse: en 1947 se retiró la obligatoriedad de salir del monoplaza en los pit stops, en 1959 se decidió requerir trajes ignífugos a los pilotos en lugar de las camisetas de manga corta que empleaban, y desde 1963 no se puede tomar la salida sin cinturones de seguridad. Diez años más tarde se eliminó la norma por la que los pilotos avisaban del inicio de una vuelta de clasificación levantando la mano y se pudo ver por última vez a un participante con casco abierto. A los novatos se les colgaron cintas de colores en las gafas o en la parte trasera de los coches para que los reconocieran sus rivales.

Se trata de una carrera tan mítica como peligrosa: en 35 ediciones se han registrado fallecimientos, que en total suman 58, y centenares de heridos, entre pilotos, mecánicos, personas del público, periodistas o policías. El último de todos ellos fue el poleman Scott Brayton, quien en 1996 no pudo defender su posición al morir en un accidente en los entrenamientos previos a la prueba.

Sagas familiares enteras han competido entre sí en este evento, del que se han rodado películas y documentales. Se han reunido hasta cuatro generaciones en una misma carrera y en 1982 un tercio de la parrilla eran combinaciones de hermanos. En una edición, el gemelo del primer clasificado para la pole fue quien posó en la fotografía oficial porque su hermano se quemó la cara en los entrenamientos. Por el contrario, el apellido más común en los Estados Unidos, Smith, jamás ha tenido un participante. Los pocos Smith que intentaron clasificarse no lo lograron.

Como en todos los ovales, las 500 millas no se disputan con lluvia, aunque sí con altas temperaturas. En la edición de 1953, en la que se registraron hasta 54 grados, falleció un participante por un golpe de calor, mientras que en 1967 se dio la salida y se produjo la llegada en dos días distintos a causa de las inclemencias meteorológicas. Otra peculiaridad era su lema de ‘nunca en domingo’, y por el que se tardaron más de 60 años en competir en ese día de la semana.

La mujer tiene su papel relevante en Indianápolis aunque como vencedora solo figura una propietaria, en 1929. Hasta 1976 no participó una mujer en los entrenamientos y fue el año siguiente el que supuso un estreno femenino para la carrera, lo que modificó el protocolo de salida por primera vez, al anunciarse “acompañados de la primera mujer en la historia, caballeros, enciendan sus motores”. Janet Guthrie solo pudo dar 27 vueltas. En tres ocasiones se han reunido cuatro mujeres en la parrilla y desde 2000 siempre ha habido al menos una. Por primera vez una participante, Danica Patrick, lideró la carrera en 2005 y cuatro años después consiguió el mejor resultado de una mujer, al ser tercera. Incluso una modelo condujo el coche de seguridad, o de ritmo, en 2001, que en aquella ocasión fue un camión. En la edición de este año volverá a tomar parte la británica Pippa Mann.

La relación con la fórmula 1 no se limita a Fernando Alonso, dado que otros pilotos han compaginado ambas competiciones o saltado de una a otra. Jim Clark es el único que ha logrado ganar en las 500 millas y el campeonato del mundo en el mismo año, al margen de ser el primer piloto en vencer con un coche dotado de motor trasero. Precisamente, entre 1950 y 1960, esta carrera puntuó para el recién estrenado mundial de la máxima categoría.

Otras curiosidades tienen relación con estrenos o finales: el menor premio fue el entregado en 1924, 5,25 dólares, al último clasificado, quien solo completó una vuelta. Se ha llegado a otorgar un color de coche a cada país o a cambiar la bandera roja por la verde para la salida tras 20 años de carrera. Tuvieron que pasar 30 para que completara la distancia un bólido sin parar en boxes y casi 60 para que venciera el último participante ataviado con una camiseta en lugar de un traje retardante del fuego. La primera vez que se paró la competición por un accidente fue en 1964, y en 1985 la primera en que todos los coches eran nuevos. Ya en el siglo XXI, los primeros cambios de levas en el volante se introdujeron en 2008, mientras que en 2014 y 2015 se registró el récord de 20 pilotos que finalizaron la prueba en la vuelta del vencedor. Desde 1973 hay al menos un no estadounidense en la parrilla y 20 años más tarde un brasileño, Emerson Fittipaldi, rompía la tradición de celebrar el triunfo con un vaso de leche, vigente desde 1936, y lo hizo con zumo de naranja al estar patrocinado por una marca de esta bebida.

Las 500 millas de Indianápolis es un evento único, que reúne cerca de 400.000 personas en un recinto legendario y del que, por primera vez en la historia, van a disfrutar al mismo tiempo dos pilotos españoles: el experto Oriol Servià y el novato Fernando Alonso, que escucharán desde sus monoplazas el aviso de salida: “dama y caballeros, enciendan sus motores”.


martes, 16 de mayo de 2017

Michael Schumacher, futbolista y genio

Es una década la que ha transcurrido desde que Ronaldo Nazário y el ahora técnico del Real Madrid, Zinédine Zidane, organizaron un encuentro más en la serie de partidos benéficos que enfrentaban a sus amigos entre sí, bajo la capitanía de ambas estrellas, y con el horizonte de los proyectos que financiaban del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en su condición de Embajadores de Buena Voluntad de este organismo. El evento tuvo lugar en Málaga, en el estadio de La Rosaleda, caprichosamente vinculado a las pretensiones del club madridista de conquistar el campeonato liguero esta temporada.

La organización de ese escaparate mundial logró reunir a futbolistas de mucho pedigrí con, por ejemplo, el ahora ganador del Masters de Augusta, Sergio García, o Michael Schumacher. La gestión para el concurso de este último solo tuvo la dificultad de la agenda, dado que el piloto era en aquellos días un enamorado del fútbol y del propósito conjunto de los dos jugadores y la agencia de la ONU. Cuando se resolvieron sus compromisos, preguntada por las preferencias para el viaje del invitado y de qué modo correr los organizadores con los gastos del mismo, su asistente se limitó a decir: el señor Schumacher llegará en su avión a tal hora, por favor, vayan a recogerle al aeropuerto; cuando finalice el partido es muy probable que deba regresar. Otra cosa fue el trayecto hasta el estadio, que el propio campeón del mundo quiso realizar al volante, dejando a la persona que había ido a recogerle como testigo espantado de cómo se desenvuelve por una ciudad uno de los mejores pilotos de la historia de la fórmula 1 con prisa para atender una cita.

Como él mismo se temía, Schumacher llegó al escenario con el partido ya comenzado y lamentando la demora, que habría sido mayor de no haber tomado las riendas del transporte personalmente para salvarse del atasco y conducir, según el atribulado relato de su acompañante, por lugares inverosímiles. Pese al retraso, no tuvo inconveniente en firmar algunos autógrafos en su tránsito desde el aparcamiento hasta el vestuario y fue solícito con un par de personas que le asaltaron con el fin de hacerse una fotografía con él. No obstante, al haber dado inicio el encuentro, su camino fue más tranquilo de lo que habría significado una llegada triunfal a tiempo para el pitido inicial del afamado colegiado Pierluigi Collina, árbitro desinteresado de la fiesta futbolística.

Le acompañó desde la entrada hasta el camerino el director de comunicación de Ronaldo, que por fortuna era yo, pendiente de la aparición del personaje por expresa indicación del delantero brasileño, quien profesaba, y creo que aún perdura ese sentimiento, una gran admiración por Michael Schumacher y una obligación de cortesía por atenderle de forma adecuada, como al resto de participantes, por su detalle humanitario. Mientras se cambiaba de ropa, lo primero que preguntó el piloto era si su equipo iba ganando. Ese gen competitivo que demostró durante toda su carrera se extendía hasta la pachanga más irrelevante, en la que todo el trabajo estaba hecho solo con la presencia de tantas figuras y la colaboración con los proyectos de desarrollo que se escogían como destinatarios de los fondos recaudados. Schumacher, a diferencia incluso de muchos deportistas de élite, transmitía la sensación de que disfrutaba de su profesión tanto como de la victoria, a las que había conseguido enlazar con maestría.

Informado al respecto y también sobre que podía ejercitarse unos minutos en la zona de vestuarios si lo deseaba, declinó el ofrecimiento y movió la cabeza en señal de aprobación, puesto que era su once quien iba venciendo por la mínima. Ataviado de corto y atados los cordones de las botas salió con rapidez hacia la zona de los banquillos, donde se mezcló con sus compañeros y se convirtió en uno más hasta que su entrenador le indicó que calentara para salir a jugar. Disputó los minutos que le correspondieron, se duchó, se despidió de los presentes y pidió que le llevaran al aeropuerto para volver a casa, sin tiempo para participar en la cena. No fueron más de cuatro horas las que pasó en Málaga, pero Schumacher señaló muchos caminos: el de la solidaridad, el de la competitividad, el de la profesionalidad y el del renacimiento de una persona, aquella que tuvo la gran fortuna de ser copiloto de una leyenda, contra su voluntad y contra el protocolo de recibimiento de los protagonistas planificado para el evento.


martes, 9 de mayo de 2017

A propósito de Messi

Anda el Barcelona inmerso en la renovación del contrato de Leo Messi. Esta operación se ha convertido en un mantra habitual en el club, que participa del fútbol moderno en un aspecto llamativo: ampliar los contratos de sus estrellas cuando aquellos todavía tienen años de duración por delante aunque tal vez este sea el más ajustado de la trayectoria barcelonista en relación con su hombre franquicia.

Disponer del mejor futbolista del mundo es una maravillosa ventaja tanto como un inconveniente. Pocos ponen en duda la categoría del argentino pero la presión que soporta la entidad es un engorro incómodo para su gestión: el Barcelona no tiene la capacidad de gasto de la que sí disponen no pocos de sus rivales, Messi es un jugador de la cantera y, ante todo, disponer de él representa armar un equipo de garantías a su alrededor.

En este último aspecto es donde lleva temporadas fallando. Los títulos domésticos se han convertido en un adorno en tanto que la Liga de Campeones ha acabado por ensombrecerlos. El discurso de que conquistar el campeonato nacional era lo importante, dada la presunta regularidad que requiere su consecución, va quedando apartado por el hecho de que es la Copa de Europa la que otorga prestigio, notoriedad mundial y dinero a los clubes. Por ejemplo, en este punto, el gran Barça del tridente, de la MSN o como quiera que se les llame ha asistido por la televisión a las dos últimas semifinales de la competición.

Cuando se pregunta a un aficionado por el número de títulos de Liga del Madrid, del Barcelona o del Liverpool es complicado que acierte. En cambio, puestos a encuestar por los entorchados europeos, el índice de conocimiento aumenta. La UEFA ha conseguido que el corazón de los seguidores se esté decantando progresivamente hacia su torneo estrella en comparación con la mayoría de ligas. La organización de los partidos, la mística de las eliminatorias, las dudas sobre sus sorteos o la leyenda de muchos de sus participantes son los elementos que han configurado esta apuesta que ya es ganadora con sus audiencias globales y repercusión mundial.

Renovar a Messi debería conllevar la cuadratura del círculo porque el Barcelona ha convertido al magnífico delantero en su dueño emocional. Le ha resultado muy cómodo a la institución, al entrenador y a muchos de sus compañeros transformar lo excepcional en ordinario hasta el punto de que nadie entiende hoy la vida azulgrana sin Messi. Ocurre, no obstante, que los dirigentes del club no son los más hábiles de su gremio y han sido capaces de compatibilizar la idolatría con el desprecio al inventar una nefasta campaña de apoyo tras los problemas fiscales del jugador, dudar en público de la conveniencia de su renovación inmediata o generar controversias internas sobre su estado de forma.

El Barça ha alterado su propia dinámica durante una década y ha aparecido como un club ganador y vital, a diferencia de su tradicional genética victimista y apesadumbrada. También sus aficionados se han agarrado al regate de seis contrincantes y el gol en la misma jugada como a una rutina, sin asimilar que se trata de una circunstancia extraordinaria, por veces que sea capaz de repetirla Messi. Su renovación hará suspirar de tranquilidad a una masa social que, sin embargo, lleva camino de vivir una mala temporada: sin Copa de Europa, sin una idea fija respecto a qué entrenador conviene para la próxima campaña, con el recelo del estado de forma de varios veteranos a quienes se debe agradecimiento eterno, pero no contratos eternos, y con el resquemor de que el Barça de Messi y el Messi del Barça están casi a la par en títulos europeos y balones de oro con el Madrid de Cristiano y el Cristiano del Madrid.


martes, 2 de mayo de 2017

Sociedad y periodismo, cuestión de olfato

La cacosmia es una alteración del olfato que provoca que quienes la padecen perciban como agradables olores nauseabundos. Con este trastorno, la sensación de placer se recibe a través de los aromas fétidos mientras que las fragancias generalmente aceptadas se rechazan como efluvios pestilentes.

La sociedad y el periodismo son indivisibles. Política, religión, economía, deporte o cultura son algunos de los muchos bloques de información y opinión sobre los que gira la relación entre una y otro. Los métodos empleados son asimismo comunes: relato informativo, columna de reflexión escrita, radiada o televisada, espacios en las páginas web, medios impresos y audiovisuales, etc. De hecho, cada año que pasa da la impresión de que todo está inventado pero ambos, sociedad y periodismo, siguen evolucionando pese a los medios de comunicación, incompetentes para mantener la velocidad de ese progreso.

Ninguna de estas empresas fue capaz de idear soportes tan periodísticos como Facebook, Instagram, Twitter o Youtube, por citar solo unos pocos, quizás los más conocidos en el mundo occidental. Estos medios se han encargado de demostrar que ni el periodismo ni la sociedad estaban preparados para su irrupción. Solo hay que ver la lenta adaptación del primero y los casos de mal uso que se producen a diario en la segunda para comprobar que siguen existiendo herramientas a las que es fácil llegar pero muy difícil dominar. Aún así, se han convertido en elementos de distorsión más que de unidad y a este conflicto han contribuido tanto los productores de contenidos como sus consumidores.

La alusión del primer párrafo a la descomposición del olfato sirve para elaborar un paralelismo con lo que sucede, sin ir más lejos, en el periodismo deportivo. Público y profesionales admiten como perfumes, en un gran número, formatos que hace no tanto se habrían considerado malolientes. Es la evolución, dicen quienes los defienden, en tanto que quienes los reprueban entienden que se trata de una degeneración. La cuestión es que representan casos de éxito, reducido este, tal y como se encuentra en la actualidad, a las audiencias y los ingresos. Por tanto, quizás la perturbación olfativa se pueda encontrar en quienes pregonan la calidad ante todo, por encima de los gritos, los ataques y ofensas, las medias verdades, cuando no las mentiras totales, la ausencia de testimonios de los protagonistas y las crónicas de parcialidad indiscutible.

Encontrarse intolerantes en las redes sociales no tiene ningún mérito porque, al fin y al cabo, son un escenario en el que cualquier ideología está representada y del que tampoco pueden esperarse muestras unánimes de civismo. Más chocante es, no obstante, el efecto espejo que se produce en los medios de comunicación. Aunque este texto se refiere al deporte, estas vicisitudes se hallan en todos los capítulos a los que se hacía referencia un poco antes. ¿Por qué la sociedad no da la espalda a los malos modos periodísticos? La respuesta parece obvia: ambos se retroalimentan y son reflejo uno del otro. Por sufrido que sea, el camino conduce a la aceptación de esta realidad, de la simbiosis que forman los alaridos gráficos de un tuitero y los de un periodista, los insultos de un aficionado en la grada y los de un informador en un programa, la decepción compartida por una derrota y la alegría desbordada por un triunfo.

Queda un consuelo: no olvidar que la cacosmia es un trastorno de la realidad, no su confirmación. Cada uno vive una propia realidad pero existe una versión que es la más comúnmente aceptada. Ya se sabe que cuando la mentira da flores, la verdad da frutos, y mientras cada mañana perdure la certeza de que aquellas siguen siendo el aroma de la primavera habrá un lugar para el recuerdo de otros tiempos.