La cacosmia es una alteración del olfato que provoca que
quienes la padecen perciban como agradables olores nauseabundos. Con este
trastorno, la sensación de placer se recibe a través de los aromas fétidos
mientras que las fragancias generalmente aceptadas se rechazan como efluvios
pestilentes.
La sociedad y el periodismo son indivisibles. Política,
religión, economía, deporte o cultura son algunos de los muchos bloques de
información y opinión sobre los que gira la relación entre una y otro. Los
métodos empleados son asimismo comunes: relato informativo, columna de
reflexión escrita, radiada o televisada, espacios en las páginas web, medios
impresos y audiovisuales, etc. De hecho, cada año que pasa da la impresión de
que todo está inventado pero ambos, sociedad y periodismo, siguen evolucionando
pese a los medios de comunicación, incompetentes para mantener la velocidad de
ese progreso.
Ninguna de estas empresas fue capaz de idear soportes tan
periodísticos como Facebook, Instagram, Twitter o Youtube, por citar solo unos
pocos, quizás los más conocidos en el mundo occidental. Estos medios se han
encargado de demostrar que ni el periodismo ni la sociedad estaban preparados
para su irrupción. Solo hay que ver la lenta adaptación del primero y los casos
de mal uso que se producen a diario en la segunda para comprobar que siguen
existiendo herramientas a las que es fácil llegar pero muy difícil dominar. Aún
así, se han convertido en elementos de distorsión más que de unidad y a este
conflicto han contribuido tanto los productores de contenidos como sus
consumidores.
La alusión del primer párrafo a la descomposición del olfato
sirve para elaborar un paralelismo con lo que sucede, sin ir más lejos, en el
periodismo deportivo. Público y profesionales admiten como perfumes, en un gran
número, formatos que hace no tanto se habrían considerado malolientes. Es la
evolución, dicen quienes los defienden, en tanto que quienes los reprueban
entienden que se trata de una degeneración. La cuestión es que representan
casos de éxito, reducido este, tal y como se encuentra en la actualidad, a las
audiencias y los ingresos. Por tanto, quizás la perturbación olfativa se pueda
encontrar en quienes pregonan la calidad ante todo, por encima de los gritos,
los ataques y ofensas, las medias verdades, cuando no las mentiras totales, la
ausencia de testimonios de los protagonistas y las crónicas de parcialidad
indiscutible.
Encontrarse intolerantes en las redes sociales no tiene
ningún mérito porque, al fin y al cabo, son un escenario en el que cualquier
ideología está representada y del que tampoco pueden esperarse muestras
unánimes de civismo. Más chocante es, no obstante, el efecto espejo que se
produce en los medios de comunicación. Aunque este texto se refiere al deporte,
estas vicisitudes se hallan en todos los capítulos a los que se hacía
referencia un poco antes. ¿Por qué la sociedad no da la espalda a los malos
modos periodísticos? La respuesta parece obvia: ambos se retroalimentan y son
reflejo uno del otro. Por sufrido que sea, el camino conduce a la aceptación de
esta realidad, de la simbiosis que forman los alaridos gráficos de un tuitero y
los de un periodista, los insultos de un aficionado en la grada y los de un
informador en un programa, la decepción compartida por una derrota y la
alegría desbordada por un triunfo.
Queda un consuelo: no olvidar que la cacosmia es un
trastorno de la realidad, no su confirmación. Cada uno vive una propia realidad
pero existe una versión que es la más comúnmente aceptada. Ya se sabe que
cuando la mentira da flores, la verdad da frutos, y mientras cada mañana
perdure la certeza de que aquellas siguen siendo el aroma de la primavera habrá
un lugar para el recuerdo de otros tiempos.
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