Es una década la que ha transcurrido desde que Ronaldo Nazário
y el ahora técnico del Real Madrid, Zinédine Zidane, organizaron un encuentro
más en la serie de partidos benéficos que enfrentaban a sus amigos entre sí,
bajo la capitanía de ambas estrellas, y con el horizonte de los proyectos que
financiaban del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en su
condición de Embajadores de Buena Voluntad de este organismo. El evento tuvo
lugar en Málaga, en el estadio de La Rosaleda, caprichosamente vinculado a las
pretensiones del club madridista de conquistar el campeonato liguero esta
temporada.
La organización de ese escaparate mundial logró reunir a
futbolistas de mucho pedigrí con, por ejemplo, el ahora ganador del Masters de
Augusta, Sergio García, o Michael Schumacher. La gestión para el concurso de
este último solo tuvo la dificultad de la agenda, dado que el piloto era en
aquellos días un enamorado del fútbol y del propósito conjunto de los dos
jugadores y la agencia de la ONU. Cuando se resolvieron sus compromisos,
preguntada por las preferencias para el viaje del invitado y de qué modo correr
los organizadores con los gastos del mismo, su asistente se limitó a decir: el
señor Schumacher llegará en su avión a tal hora, por favor, vayan a recogerle
al aeropuerto; cuando finalice el partido es muy probable que deba regresar.
Otra cosa fue el trayecto hasta el estadio, que el propio campeón del mundo
quiso realizar al volante, dejando a la persona que había ido a recogerle como
testigo espantado de cómo se desenvuelve por una ciudad uno de los mejores
pilotos de la historia de la fórmula 1 con prisa para atender una cita.
Como él mismo se temía, Schumacher llegó al escenario con el
partido ya comenzado y lamentando la demora, que habría sido mayor de no haber
tomado las riendas del transporte personalmente para salvarse del atasco y
conducir, según el atribulado relato de su acompañante, por lugares inverosímiles. Pese al
retraso, no tuvo inconveniente en firmar algunos autógrafos en su tránsito
desde el aparcamiento hasta el vestuario y fue solícito con un par de personas
que le asaltaron con el fin de hacerse una fotografía con él. No obstante, al
haber dado inicio el encuentro, su camino fue más tranquilo de lo que habría
significado una llegada triunfal a tiempo para el pitido inicial del afamado colegiado
Pierluigi Collina, árbitro desinteresado de la fiesta futbolística.
Le acompañó desde la entrada hasta el camerino el director
de comunicación de Ronaldo, que por fortuna era yo, pendiente de la aparición
del personaje por expresa indicación del delantero brasileño, quien profesaba,
y creo que aún perdura ese sentimiento, una gran admiración por Michael
Schumacher y una obligación de cortesía por atenderle de forma adecuada, como
al resto de participantes, por su detalle humanitario. Mientras se cambiaba de
ropa, lo primero que preguntó el piloto era si su equipo iba ganando. Ese gen
competitivo que demostró durante toda su carrera se extendía hasta la pachanga
más irrelevante, en la que todo el trabajo estaba hecho solo con la presencia
de tantas figuras y la colaboración con los proyectos de desarrollo que se
escogían como destinatarios de los fondos recaudados. Schumacher, a diferencia incluso
de muchos deportistas de élite, transmitía la sensación de que disfrutaba de su
profesión tanto como de la victoria, a las que había conseguido enlazar con
maestría.
Informado al respecto y también sobre que podía ejercitarse
unos minutos en la zona de vestuarios si lo deseaba, declinó el ofrecimiento y
movió la cabeza en señal de aprobación, puesto que era su once quien iba
venciendo por la mínima. Ataviado de corto y atados los cordones de las botas
salió con rapidez hacia la zona de los banquillos, donde se mezcló con sus
compañeros y se convirtió en uno más hasta que su entrenador le indicó que
calentara para salir a jugar. Disputó los minutos que le correspondieron, se
duchó, se despidió de los presentes y pidió que le llevaran al aeropuerto para
volver a casa, sin tiempo para participar en la cena. No fueron más de cuatro
horas las que pasó en Málaga, pero Schumacher señaló muchos caminos: el de la
solidaridad, el de la competitividad, el de la profesionalidad y el del
renacimiento de una persona, aquella que tuvo la gran fortuna de ser copiloto
de una leyenda, contra su voluntad y contra el protocolo de recibimiento de los
protagonistas planificado para el evento.
Hola David,
ResponderEliminarPercibo tu escrito como un homenaje a la persona, al piloto, al lado humano y, a quien ahora no puede valerse por si mismo.
Deseándole toda la suerte del mundo para que pueda recuperarse.
Un saludo.
José Manuel.
Hola, un personaje diferente y necesario para el deporte. Como tú, también le deseo lo mejor. Un saludo José Manuel.
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