domingo, 15 de noviembre de 2015

Madrid-Barça: ¿otra ocasión perdida?

Al comenzar la redacción he pensado que podría parecer frívolo no ocuparse en un blog como este de las últimas tragedias terroristas (Beirut, París) pero me resulta devastador que convivan en un mismo párrafo las palabras deporte y terror. Por ello, con el inmenso respeto a todas las víctimas y sus familiares de esos sucesos, voy a encargarme de la organización que acoge el evento deportivo que llenará las páginas durante estos días: el partido entre Real Madrid y Barcelona.

Es el mejor escaparate para un campeonato, con los dos jugadores que se han repartido el premio de mejor futbolista del planeta durante casi una década, un historial plagado de rivalidad y un magnífico escenario. Cualquier competición del mundo haría de este acontecimiento un espectáculo grandioso, al margen de lo que ocurra en el césped, y aprovecharía su repercusión para reforzar la marca del torneo, de los clubes y del deporte que los acoge. A su vez esta notoriedad se puede utilizar para transmitir valores, iniciativas humanitarias, sociales o medioambientales a todo el mundo.

La Liga ha anunciado la celebración de actividades paralelas en tres ciudades del mundo para dar realce al encuentro. En la explicación se destaca el papel colaborador de lo que llaman broadcasters internacionales o, para traducir, quienes tienen los derechos televisivos fuera de España. Llama la atención la vinculación del presidente a esas empresas y el concurso de las mismas en algo que tendría que ser estratégico y no una ocurrencia de última hora. Pese a este tufillo, bienvenida sea la promoción de la competición.

Pero la Liga española sigue sin encajar todavía la progresión del fútbol a no ser por la ingeniería que utiliza para repartir esos derechos de transmisión. Traslada la imagen de organismo dirigido por un colectivo de zampabollos alejados de la realidad y de los intereses de las aficiones. Su presidente ha logrado generar cánticos en su contra en algunos estadios y sus entuertos han integrado en el mismo bloque de enemigos a la federación, a los jugadores, medios de comunicación, plataformas televisivas y los árbitros. Ha perseguido la compra de partidos pero todos los futbolistas imputados siguen jugando, se ha enzarzado en cuestiones económicas de otros estamentos pero no ha luchado por la transparencia en las cuentas de sus asociados.

Un lavado de imagen enjuaga pero no limpia, ese es el problema. Pero se pueden emprender acciones prolongadas, de corazón, que además pueden conjugarse con la buena imagen. Existen competiciones en el mundo que dedican jornadas a diferentes problemas de la gente, meses al cáncer de mama o a los allegados de militares en misión, semanas a luchar contra la pobreza. En España se lanzó una breve campaña a causa del impacto generado por los miles de desplazados que han buscado refugio en Europa, pero no ha tenido continuidad. La percepción de que se monta una cruzada igual que un safari es descorazonadora porque se puede creer en el fútbol, en el deporte, como un transmisor de buenas prácticas y un modelo de liderazgo ético, atributos para los que un altavoz como el clásico del sábado resulta fundamental. Si es posible cambiar el mundo, es necesario cambiar el deporte.





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