Johan Cruyff se jactaba de que todo aquel que estuviera jugando en
su equipo lo hacía por voluntad propia, por formar parte de un colectivo
brillante, y no por una cuestión salarial, dado que el Barcelona no era ni
mucho menos el que mejor pagaba en el fútbol de la época. Hoy, este mismo
deporte ha abierto la puerta a inyecciones artificiales de capital y cuando se
introduce a cada vez más millonarios en una sala es inevitable que se acabe
hablando solo de dinero.
Los proyectos románticos están dando paso a un fútbol cada vez más
convencido de que es mejor tener clientes que aficionados y persuadido de que
un talonario elimina más obstáculos que un sistema de juego. El Barcelona está
sufriendo con Neymar esta situación. El propio club se ha aprovechado con
frecuencia de su primacía financiera y quizás esa experiencia con el guante
blanco que ha adquirido la entidad con el tiempo es la que está añadiendo tanto
dolor al embrollo con el PSG.
Después de muchas vueltas, la única defensa ante la posible salida
de un jugador, por mucho Neymar que sea, es la cláusula de rescisión, a la que
se agarra todo club español desde el inicio de un contencioso pero que a la
larga pocas veces se mantiene. El genio de Borges recogió en un verso la
dualidad que supone disponer al mismo tiempo de los libros y la noche, en una
extraordinaria alegoría a la convivencia de su amor por la literatura y su
ceguera. El goce y el freno en el mismo espacio, algo similar a lo que se
produce con una cláusula de libertad, a la que el mercado asiste con la pausa
que provoca la cifra establecida pero a la vez con el ánimo generado por el
conocimiento de una cantidad fija, que convierte en irrelevantes los deseos del
club que la interpone. El PSG sabe que en todo el proceso no tiene por qué
contactar con su homónimo.
Sobre el papel da la impresión de que es una medida de fuerza pero
la realidad no es tan benévola. El Barça, acabara como acabara el asunto, no
está enviando un mensaje de poder, puesto que la fuerza no es amedrentar
al gremio con una cláusula millonaria sino enamorar a los jugadores para que no
sucumban a las tentaciones del enemigo. Ha transmitido una doble debilidad
desde este punto de vista: hay clubes más poderosos que el Barcelona en la
cuenta corriente y en la conquista de los futbolistas, aunque esta tampoco esté
alejada de la tesorería. En este escenario, Neymar ha demostrado que es
capaz de aplicarse a sí mismo una máxima del mundo de los negocios: si alguien
te quiere por el precio, te abandonará por el precio.
Este club dispone de muchos trabajadores en su
departamento de comunicación, de calidad contrastada y ánimo inquebrantable.
Sin embargo, cuenta al mismo tiempo con una directiva protagonista e incapaz en
ese mismo aspecto, cuyas opiniones prevalecen por encima de las profesionales.
La debilidad comunicativa en las dos semanas de caso Neymar ha sido tan colosal
que se ha tomado como prueba un mensaje en las redes sociales de un jugador,
Piqué, que además no era cierto. Hay que reconocer que la junta no es
responsable directa de la marcha del brasileño y que debería ser este o el PSG
quienes hablaran de los avances de la operación, pero el Barça debería haber
sido más explícito al contar la verdad del asunto desde el primer instante. Por
miedo o pereza, el club ha carecido de argumentario.
Por si fuera poco, la imagen ha sido erosionada por la
sensación de que siempre sido Neymar o, algo aún más dañino, su padre quien ha
llevado la iniciativa. Un tipo con cualquier aspecto menos el de león de los
negocios ha protagonizado la gira estadounidense del Barcelona. Una estrategia
encaminada a difundir las grandezas de la institución por un mercado potencial
se ha visto mitigada por las hazañas del progenitor, hasta el punto de que un
único individuo ha ensombrecido el desarrollo de una marca universal. Los
inversores pueden valorar qué es más rentable, contratar al padre de Neymar o
al Barcelona.
El club no ha sido capaz de cerrar la puerta a la
especulación. Ha navegado en su frecuente indeterminación y ha entregado las
llaves de la actualidad a personas y organizaciones que no le desean ningún
bien. No ha sabido dirigir los mensajes y ni siquiera ha controlado la
información de un evento que había diseñado él mismo. Ha mandado al mundo del
fútbol un mensaje de inestabilidad casi sin proponérselo y ha demostrado que,
hiciera lo que hiciera Neymar, el Barcelona es hoy día un paciente débil.
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