Neymar no encajó su expulsión en Málaga y aplaudió
burlonamente al cuarto árbitro, Ezequiel Ponce marcó el gol del Granada y mandó
callar al público con un gesto ostensible, parecido al que jornadas antes había
dedicado Joao Cancelo a la grada de Mestalla; Isco apareció en una fotografía
junto a una bolsa de patatas con los colores del Barcelona, James mostró en
público su desacuerdo con el entrenador.
Esta enumeración no cronológica es una muestra del
desacierto de algunos futbolistas que practican su actividad en la élite. De
todos ellos se puede asegurar que con la cabeza fría no habrían actuado de la
forma enunciada, pero sin embargo han quedado sus registros en lugar de sus
mejores intenciones. En el currículo reciente de estos profesionales, el fútbol
ha quedado apartado por una mofa, una chulería, unos aperitivos o una rabieta.
Para la marca personal de un personaje público es muy negativo que aquello en
lo que destaca sea taponado por un berrinche y estos ejemplos son solo los más
recientes: en el mundo del fútbol el cuidado de los aspectos gerenciales está
siempre por detrás en las prioridades del jugador.
Las consecuencias han sido variadas, algunas inmediatas,
otras a medio plazo, y han incluido desde sanciones deportivas y
económicas hasta sonoras broncas. ¿Por qué motivo se exponen los futbolistas a
dejar de jugar, enemistarse con su entrenador y sus seguidores o sembrar la
incertidumbre sobre su futuro sin proponérselo?
La respuesta más sencilla se suele referir a la juventud y
falta de preparación de los protagonistas. En algunos casos puede ser acertada
pero en todos los expuestos se trata de personajes que llevan muchos años en lo
más alto de su profesión y, aunque no hayan logrado ningún doctorado en ciencia, sí que
están acostumbrados a los códigos, las exigencias, las recompensas y las
penalizaciones de su gremio. Esta circunstancia deja en entredicho la
explicación que justifica esas acciones con la bisoñez o la ignorancia de quien
las ejecuta.
Por lo general, el futbolista no asume varias cosas: su
trabajo no puede limitarse a las horas de entrenamiento o partidos, su
condición de personaje público va más allá de celebrar con ingenio los
triunfos, su contacto con los seguidores no puede producirse desde el
sentimiento de superioridad, su defensa de unos colores o una marca jamás debe
presentarse con frivolidad, su condición de presunto dios no tiene que frenar
su oportunidad de ser un líder.
Ni los jugadores ni las personas que les rodean emplean
tiempo en preparar una entrevista, promover una campaña social, patrocinar
acciones contra el cambio climático o establecer un diálogo con los
aficionados. Pueden emprender muchas más cosas, pero esta breve lista solo pretende
hacer entender las causas por las que reaccionan de forma irracional a muchos
impactos. Hablar de las pulsaciones es otra explicación sin base: existen
trabajos que representan un peligro real, no por tres puntos, sino por la vida
de las personas que los desempeñan y estas suelen comportarse de forma adecuada.
La sociedad ha modelado la figura del futbolista hasta
convertirle en un ente que se cree a salvo de casi todo, parecido a lo que
muchos políticos sienten acerca de su propia impunidad. En pocas empresas se puede
imaginar que un trabajador, por cualificado que sea, desprecie a sus jefes o
accionistas, por no hablar de sus clientes. El fútbol, en cambio, admite muy a
menudo estas indisciplinas y olvida pronto los agravios.
A la mayoría de jugadores se les puede explicar estas cosas
y casi todos aceptan el discurso pero no lo relacionan con su día a día. Les
han acostumbrado a pensar en lo que deben hacer hasta el día en que dejan de
jugar a fútbol cuando el mejor consejo es ponerse a trabajar con el pensamiento
de qué hacer desde ese día. El gran Romario ya comentó, en lo más alto de su
popularidad, que vislumbraba su futuro y no le gustaba lo que veía: las 24
horas de cada jornada con su mujer y sus hijos, sentado en casa. Debía buscarse
algo para evitarlo y lo hizo. Cuando uno se acostumbra a la hiperactividad, el
momento de la pausa llega a ser traumático, independientemente del dinero
ahorrado. Por eso todos aquellos que hoy se encaran con el entrenador, los
árbitros, los aficionados o la prensa no pueden olvidar nunca que lo más duro
de ser futbolista es ser ex futbolista.
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