Gerard Piqué lanzó ayer un nuevo mensaje desde su cuenta en redes
sociales con el que manifestaba un hecho indiscutible: su acumulación de
trofeos, insultante para muchos compañeros de profesión y para no menos
aficionados rivales. Con este comunicado reavivó las llamas de cierto
radicalismo en cuanto a la respuesta obtenida. Sin embargo, todo el asunto dice
más del país que valora su actitud que del jugador mismo.
Hace unos días, el presidente del gobierno y el jefe de la
oposición se tacharon el uno al otro ante millones de televidentes de
indecente, ruin o miserable. La ejemplaridad que se les debería exigir está,
por lo menos, a la altura de la reclamada al azulgrana. Sin embargo, la
inmadura democracia española no puso muchos reparos a la bocaza de los dos
políticos más representativos del parlamento y a otra cosa mariposa.
Se ha pitado a Piqué presuntamente por su asistencia a una
manifestación nacionalista y su comportamiento culé ante el madridismo
militante. En ambos casos estamos asistiendo a la práctica de un derecho
fundamental como es la libertad de opinión y expresión. En cambio, cuando Piqué
se puso gallo con un agente de la autoridad en medio de la calle no fue tan
reprobado, cuando esto sí que atenta al buen comportamiento de un ciudadano,
por no hablar del de un personaje.
La confusión de valores ha inundado a la sociedad y la
descompensada reacción por unas cosas u otras es un buen ejemplo. Han saltado a
la palestra defensas de diversos ámbitos al futbolista Álvaro Arbeloa,
enzarzado en la polémica con Piqué. La milicia de abogados del jugador
madridista, de quien por cierto algunos compañeros actuales y pasados opinan que es un
cretino, no estuvo tan espabilada para denunciar el incivismo del barcelonista
frente a la guardia urbana de Barcelona. No falla, nos decantamos por lo fácil
en lugar de lo apropiado.
En todo caso, Piqué demuestra algo incuestionable en el fútbol: que
es del equipo para el que trabaja. Sus comentarios pueden desagradar pero
cumplen con la premisa de que forman parte del envoltorio de un personaje, de
un futbolista que piensa más allá del terreno de juego y que aporta chispa a un
mundo, el del fútbol, cada vez más opaco y rígido. Con mensajes de esta clase
Gerard Piqué se significa, algo fundamental en toda clase de profesionales
populares.
De toda la polémica, lo único que achaco a Piqué es que no utilice
su innegable talento para la comunicación en aspectos relativos a movimientos
sociales, protestas ante injusticias o sensibilización acerca de los graves
problemas que afectan al mundo, del que él, Arbeloa, los dos insultones del
debate y todos nosotros formamos parte. Una muestra podría haber sido pedir
disculpas por ese incidente con el policía y que decidiera entregar a una ONG o
asociación similar como mínimo el mismo importe que le fue impuesto en la multa
correspondiente y lo anunciara para difundir la necesidad de ayudar en
cuestiones humanitarias. Al final, siempre se nos escapa la perfección por algún
resquicio.
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