La desproporción es mala acompañante de la credibilidad y el
Real Madrid ha dado un golpe brutal a lo que le quedaba de esta última a raíz
del asunto de la alineación indebida de su futbolista Denis Cheryshev en el
partido de Copa ante el Cádiz.
Enfrascado en muchas batallas de la que muchas no tienen ni
siquiera relación con el deporte, el organigrama del club desatendió lo más
elemental para un equipo de fútbol: quién puede jugar y quién no. Es la base
del deporte, como cuando los niños eligen a sus favoritos para disputar un
partidillo, en el que los buenos juegan y los malos se dedican al escondite.
Pero en el Madrid falló el procedimiento y se resintió la estructura.
Después vinieron las reacciones desmesuradas. En primer
lugar, negar la evidencia bajo argumentos que sonrojaron hasta al juez que
debía dictar su suspensión, quien por cierto no se cortó a la hora de poner a
caldo al club. Aún peor fue la decisión de exponer a Florentino Pérez a
explicar este asunto, que por muy trascendente que parezca solo es un fallo
doméstico de uno o varios empleados. Es difícil imaginarse al presidente de una
multinacional dando una rueda de prensa porque uno de sus trabajadores ha
recibido una multa de tráfico. Sin embargo, en el Real Madrid se ha optado por
colocar la cara de su máximo responsable en todo entuerto. Malo para el club y
malo para el personaje.
Recuerdo cuando falleció Ladislao Kubala en 2002 y
Florentino Pérez visitó la capilla dispuesta en el Camp Nou. Los socios del
Barcelona le aplaudieron. Eran tiempos en que el Real Madrid contrataba
fenómenos y se erigía en modelo de gestión económica y deportiva. También era
un ejemplo de comunicación porque a las malas, en las pocas ocasiones en que se
producían, respondía con una intervención de Jorge Valdano, en nómina del club
y que trataba con azúcar cualquier contratiempo, por amargo que pareciera. Hoy
en día, ante una dificultad, el portavoz del Madrid genera más dificultades y,
lo peor para su propio interés, asocia su figura al conflicto. Con esta fórmula
su credibilidad se reduce a la acumulación de problemas en lugar de soluciones
y este sambenito es muy costoso en reputación.
Nadie en la entidad ha sido capaz de convencer a Florentino
Pérez de que su modelo de presidente no puede ser el típico del fútbol español:
dicharachero, desafiante y locuaz. El ejemplo a seguir es el de los mandatarios
del fútbol británico, en el que ni los rusos y árabes más ricos del planeta
abren la boca para valorar un tema deportivo. Imaginen a Abramovich dando
explicaciones porque su equipo ha alineado a un tipo que arrastra una sanción. El
caso es que todavía no ha finalizado este asunto y que sin duda habrá nuevas
ocasiones frugales en las que mucho me temo que el Madrid usará a su
artillería cuando solo hará falta un tirachinas.
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