Tras el derbi de la Ciudad Condal se han recogido algunas
acusaciones sobre comentarios racistas desde la grada dirigidas a Neymar. El
presidente del Espanyol ha respondido a las denuncias mezclando churras con
merinas, como popularmente se dice. Ha acusado a la “maquinaria
nacionalbarcelonista” (?) de generar esta polémica y se ha remontado a otros
momentos de la historia reciente para demostrar presuntamente su teoría.
No me extrañaría que esos insultos se hayan producido como
también estoy convencido de que si fue el caso se trató de sucesos aislados,
protagonizados por personajes que no representan para nada a una afición más
que centenaria, que las ha visto de todos los colores y que no es ejemplo de
incidentes ni intolerancia. Ese racismo está en las cabezas de unos pocos
patanes que aún andan en la prehistoria de la especie humana y que son comunes
a muchos escenarios deportivos, al igual que a otros tantos sectores de la
sociedad. Pero de ahí a ignorar cualquier posibilidad de que se hayan dado o a
saltar con la sospecha de una conspiración va un largo trecho, el que se ha
saltado a la torera el dirigente espanyolista.
Llama la atención que unos tipos que están negociando la
venta de un club histórico a inversores chinos se pongan a hablar de nacionalismo.
Es cierto que el Espanyol hizo su partido y que frenó al Barcelona. La dureza
forma parte del decorado, como suele decirse, y si el árbitro fue un incapaz o
un virtuoso dependerá del ojo de cada cual. Pero hay otra dureza, como hay
otros dopajes, por ejemplo el económico, que hace mucho daño: la de los
directivos que ejercen de patrioteros hasta el punto de defender lo
indefendible.
Si a los aficionados de un club se les tilda de racistas
merecen ser defendidos. Pero al mismo tiempo es una defensa manifestar de forma
inequívoca el rechazo de la entidad a cualquier atisbo de esta clase de
discriminación y la seguridad de que el propio club iniciará una investigación
al respecto para, entre otras cosas, salvaguardar su integridad y la de su masa
social. La convivencia no se fomenta con el recuerdo de los agravios pasados
sino con la solución de los presentes y la prevención de los futuros. El
mandatario del Espanyol se ha equivocado y ha inflado el caso con unas palabras
desatinadas. El buen papel de su equipo en el césped y de su afición en la
grada merecían otro tipo de intervención.
Sin embargo, no se puede considerar que Joan Collet sea una
excepción, por tristísima que sea esta convicción. Los directivos del fútbol en
España no son, por desgracia, modelos de conducta. No hace ni una semana el
presidente del Atlético de Madrid lanzaba una señal de cuernos con sus dedos a
un sector de la grada de Vallecas que le lanzó improperios.
La salud del fútbol depende de muchos factores que
sobrepasan la venta de derechos de televisión o la penetración en decenas de
países. La Premier League sigue siendo con diferencia el mejor torneo doméstico
del mundo porque cuida otras cosas: el estado de los terrenos de juego, la
responsabilidad social de los clubes y de la propia organización, las sanciones
por conductas impropias de directivos, jugadores, técnicos o aficiones, y el trato
equitativo en lo económico a los equipos que la disputan. Demasiadas
diferencias con LaLiga y sus dirigentes.
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