domingo, 25 de octubre de 2015

A la fórmula le sigue faltando el 1

La fórmula 1 ha vivido este fin de semana en Texas unas jornadas de mucha tensión. Desde los organizadores hasta los espectadores, pasando por constructores, pilotos, profesionales de las cadenas de televisión o servicios médicos, han lidiado con las consecuencias climatológicas de la cola de un huracán.

Es cierto que se trata de una coincidencia muy desafortunada pero esta experiencia ha servido para constatar que uno de los mayores espectáculos deportivos es al mismo tiempo uno de los menos preparados para compensar a las audiencias la falta de entretenimiento en los largos periodos en que los monoplazas no han rodado. La rigidez del sistema que controla a la competición ha ido a dar, precisamente, con las preferencias de un país que con frecuencia protagoniza todo lo contrario en sus manifestaciones del deporte. Aún peor, Estados Unidos también vivió uno de los espectáculos más lamentables de la historia de la fórmula 1 cuando solo seis bólidos compitieron en la edición de 2005 por los problemas del resto con los neumáticos.

Está visto que contar con la mejor tecnología para prever la lluvia y preparar las máquinas no representa disponer del mejor ingenio para ocupar el tiempo muerto. Retrasar caprichosamente las sesiones amparados en los motivos de seguridad debería conllevar alternativas que incentiven por ejemplo la participación de los espectadores, reaccionar con la convocatoria de concursos a través de las redes sociales en los que obtener algún premio de las escuderías, habilitar una zona para poder acercarse a las áreas que habitualmente están vetadas a quienes carecen de una acreditación, emitir carreras históricas o instantes relevantes de las mismas a través de las pantallas del circuito, o crear fotografías virtuales con los ídolos.

La máxima debería indicar que a problemas excepcionales se contrapongan soluciones excepcionales. La reputación de este campeonato suele encontrarse cuestionada en Estados Unidos porque su competencia, en el país del motor, es enorme y muy arraigada. Pero además, la fórmula 1 no entiende todavía que sus grupos de interés deberían tener en su mano canales para participar, desde su casa o en las gradas, en el espectáculo sin tener la necesidad de subirse a un bólido.


lunes, 19 de octubre de 2015

Representantes que no representan

El último número ha correspondido al locuaz agente de Gareth Bale pero la lista que le precede es muy extensa. Las declaraciones de quienes rodean a los deportistas acostumbran a provocar desencuentros entre sus representados y el mundo en general. Únase al gremio a cuantos brazos de un árbol genealógico puedan imaginarse, siempre que la edad los haga coetáneos al protagonista. En resumen, el entorno cercano del deporte tiende a hablar más de la cuenta y a destiempo.

En cualquier organización estas estridencias serían corregidas, si no prevenidas antes de que se produjeran. Sin embargo el deporte permanece ajeno a las consecuencias de reputación y todo lo que conllevan. La sensación es que ni los propios deportistas entienden el valor de su marca personal y que circunscriben los daños a mantener su nivel económico. El principal problema reside en esta cuestión: quienes largan sin tino suelen ser a la vez aquellos que se encargan de negociar sus contratos y parecen tener arrogada la condición de ser infalibles.

Siempre que se prefiera a una caja registradora antes que a un portavoz nos encontraremos con el desajuste. El gran reto del deportista es visualizarse a sí mismo como una empresa. Al fin y al cabo, tiene ingresos y gastos, contrata proveedores, ofrece sus servicios o productos, genera riqueza y comunica. Muchos de ellos (y ellas, por supuesto) ingresan más que la mayoría de las pymes, por lo que resulta curioso que no dispongan de ningún tipo de estrategia para funcionar. Cuando se les estropea el coche, acuden al mecánico, si tienen una molestia, al fisioterapeuta, en caso de contratar un viaje confían en una agencia. ¿Qué hace que su comunicación e imagen estén en manos de personas que no tienen ninguna preparación?

Pienso que la respuesta viaja entre el desinterés y la desinformación. Nadie se sienta con ellos para preparar una entrevista o una rueda de prensa, ni analiza la actualidad o el calendario para encontrar los momentos oportunos y las temáticas adecuadas, no estudian qué actividad humanitaria desarrollar ni las consecuencias de carecer de todo esto. En resumen, piensan que su talento para desempeñar con maestría su deporte es válido para todo lo demás sin reparar en que por la boca de sus representantes y familia se escapan grandes pedazos de su imagen.


lunes, 12 de octubre de 2015

Dioses, pero no líderes

El deporte está identificado con la marca de varias maneras aunque la que prevalece es la corporativa. Es conocido el nombre de las botas de los futbolistas, las camisetas de un atleta o el motor del bólido de un piloto pero la marca personal de cada uno de los protagonistas permanece anónima. En la mayoría de casos, es inexistente.

Se realizó hace un par de años un estudio entre jóvenes estadounidenses que reflejó que la mayoría eran capaces de identificar unos mil logotipos distintos pero no podían reconocer ni diez especies vegetales o animales de su entorno. Estamos en tiempos de libre acceso a la información y los deportistas no se han dado cuenta todavía de los nuevos seguidores, mercados y recursos a los que podrían acceder.

Son muy pocos quienes han dejado de ser dioses para convertirse en líderes, no de un vestuario sino de la sociedad. Los protagonistas de los deportes han sido confinados a los límites de la instalación en que practican su profesión y no han sabido trascender estas fronteras. Basta con mirar los últimos datos sobre las preocupaciones de la ciudadanía y repasar las declaraciones de los deportistas: es imposible encontrar alguna coincidencia. El deporte ha olvidado que funciona dentro de una estructura social formada por personas y que estas, pese a su lealtad a los colores, viven en un mundo real.

En el proceso de creación de una marca hay que atravesar por tener una actitud reconocible y con personalidad, pero también por proponer mensajes, acciones y comportamientos que la gente desee compartir. Repartir juguetes, dar nombre a fundaciones estrambóticas o viajar una vez al año a zonas desasistidas son actitudes loables pero insuficientes, casi exóticas. Mientras los deportistas no comprendan que su posición les exige enarbolar ciertas banderas de demandas sociales seguirán viviendo en la magnífica burbuja de irrealidad que entre todos les hemos construido. Pasar de deportista a personaje no es sencillo pero es duradero porque mientras el primero caduca pronto, el último siempre permanece.



La imagen pertenece a una campaña humanitaria del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) de 2005, agencia de la que Ronaldo Nazario y Zinédine Zidane son embajadores. La fotografía está firmada por Dominique Issermann.




domingo, 4 de octubre de 2015

Televisión, lo que el fútbol no ve

La escena corresponde a un partido de rugby en el Mundial que se está disputando en Inglaterra pero podría darse en otros deportes: el árbitro duda sobre una de sus decisiones y reclama la ayuda de un compañero, que está apostado frente a un televisor. Todo el estadio observa las repeticiones de la acción dudosa y los televidentes escuchan, además, la conversación entre los protagonistas. Se constata el error, el árbitro pide disculpas, rectifica y a otra cosa mariposa.

Semejante ejercicio de modernidad, decencia y transparencia es impensable en el fútbol. Se trata de un deporte de fallos, según el mantra que hemos aplicado siempre para justificar sus desfachateces. No obstante, la opacidad ha rodeado sistemáticamente la gestión de esta actividad, desde las federaciones a los clubes, los traspasos y los amaños de partidos entre otras tropelías.

Combinar el fútbol y la tecnología para aumentar la justicia en el deporte es un ejercicio que garantiza beneficios a todos sus actores. Es cierto que la dinámica y el ritmo son distintos entre los deportes pero no es menos posible conciliar aspectos de otras disciplinas. La competición ganaría transparencia y espectáculo, por no repetir la equidad que se obtendría. El público entraría en una nueva experiencia, algo que no pueden olvidar los gestores del deporte: el producto es cada vez más parecido y son las vivencias las que marcan el hecho distintivo. Asistir a un partido de fútbol ofrecería un nuevo complemento.

Los jugadores tendrían que reconsiderar el miserable teatro que realizan por norma en el fútbol. La valoración detenida de sus comportamientos adecentaría sus actuaciones y además les ofrecería la certeza de que las decisiones arbitrales son correctas. Estos, los árbitros, se humanizarían y perderían la imagen prepotente de estar por encima de los demás participantes de la oferta que transmiten en no pocos casos. Hay que entender que a estas alturas la autoridad es compatible con el hecho de compartir el espectáculo y que entre todos pueden contribuir a su desarrollo. El periodismo obtendría nuevas herramientas para el análisis y el relato de los encuentros.

En suma, muchas buenas consecuencias que contrastan con la inmovilidad del fútbol. Los dirigentes no han tenido jamás la sensibilidad para entender y complacer a sus grupos de interés y han convertido al deporte más popular en el coto más privado, lo que representa una incomprensible paradoja en la que se ha confundido la tradición con la dejación.