Tanto Zinedine Zidane como Ernesto Valverde han aceptado
retos mayúsculos al dirigir a Real Madrid y Barcelona, respectivamente, en
periodos de reconstrucción. En el caso del Barça la cosa parece aún más
complicada, puesto que la mudanza incluyó al estilo, a ese modelo que incluso
el propio Madrid intentó imitar después de haberlo combatido. Lo paradójico es
que la principal demoledora del estándar haya sido la propia entidad azulgrana.
En todo caso, ambos técnicos presentan un perfil público
similar, que antepone el diálogo al duelo y que permite que sus comparecencias
sean llevaderas las más de las veces, incluso aburridas en otras ocasiones.
Tener a entrenadores que se comportan como estúpidos en su convivencia con los
medios de comunicación ha sido una línea de trabajo que han compartido estos
dos grandes clubes aunque tras los tumultos han llegado las treguas.
La naturalidad con la que Zidane y Valverde se expresan es
una muestra de conducta en el trabajo, que sirve también para la vida
cotidiana: evitan riesgos innecesarios, cuya presencia desvía la atención sobre
otros aspectos y erosiona las relaciones, lo que a su vez aumenta la tensión.
Ellos han sido capaces de intuir esos riesgos en lugar de dejarse invadir por
los mismos y esa operación demuestra una gran inteligencia. En el mundo son
numerosas las amenazas para la humanidad desde el reino animal: una decena de
personas muere al año por ataques de tiburones, varias más por arremetidas de
elefantes o hipopótamos, y varios miles por picaduras de serpiente. Sin
embargo, el mayor riesgo para nuestra especie no lo veríamos llegar: es el
mosquito, cuya picadura provoca la malaria y con ella la muerte de alrededor de
un millón de individuos anualmente. Esos riesgos, los aparentemente invisibles,
son los más graves.
Dentro del vestuario su comportamiento es una extensión de
su imagen en el exterior. En ambos casos tienen a sus órdenes a un miembro de
la pareja de jugadores que ha acumulado los premios de mejor del mundo en la
última década. Por muy buenas personas que puedan ser los futbolistas no es
sencillo tratar con las figuras y una tentación de entrenador recién llegado
es mostrar su autoridad. No hay castigo más goloso que aquel que promete ser un
escaparate mundial. Tal vez Valverde aún no haya tenido tiempo de enfrentarse a
Messi, pero sí lo hizo con Neymar y no saltó ni una chispa del roce. De igual
modo, Zidane ha repartido azúcar en sus intercambios con la espléndida
plantilla del Real Madrid.
En el otro extremo se sitúa un proceder opuesto, de halago
fácil y empalagoso, con frecuencia utilizado para suavizar la desconfianza
habitual de todo futbolista sobre todo entrenador. Tanto Zidane como Valverde
han racionado sus alabanzas como corresponde a toda situación posterior a una
contienda, que es de donde han procedido los clubes en los que recayeron.
Regalar incienso sin motivo es algo que ni ayuda al protagonista ni motiva a
sus compañeros. Como buenos deportistas, los dos preparadores suelen hablar de
trabajo y algo de táctica a diferencia de algunos de sus predecesores. Encaran
los problemas de la actualidad y tienden a mitigarlos sin aspavientos
innecesarios. De esta manera consiguen que su duración sea limitada en el
tiempo y en el espacio, frenados en la puerta del camerino.
Zidane ya ha conseguido muchos títulos y Valverde ha logrado
un triunfo importante, al no desaparecer del mapa cuando vio que sin empezar la
temporada su club era ametrallado por inconvenientes desde dentro y desde
fuera. Es un buen comienzo y su versatilidad será una estupenda noticia para el
Barcelona, al igual que la mutabilidad de su colega madridista lo fue para
asimilar el auge y la decadencia de alguna de sus estrellas. Al natural, como
berberechos del fútbol, Zidane y Valverde demuestran que sigue existiendo el
fútbol de la normalidad.