Los grandes clubes de fútbol equivocan el tiro cuando se
entregan a un entrenador y en el trueque entre talento e historia, esta última
sale por el desagüe. Son pocos quienes han pensado antes en el estilo o en la
tradición que en los resultados y por ello se hipotecan estos valores frente a
las presuntas garantías de triunfo.
Los casos de José Mourinho o Louis van Gaal en la Premier
League y de Pep Guardiola en la Bundesliga son los últimos pero en absoluto los
únicos. El personalismo del gestor de recursos humanos se impone al plan
estratégico y mientras los trabajadores estén a gusto con la situación es
posible que la ecuación se cumpla. Cuando el jefe pierde su autoridad moral,
los naipes del castillo comienzan a fallar y a provocar que la estructura se
desmorone.
Cuestiones deportivas al margen, uno de los puntos en los
que se ha producido una mayor cesión es en la comunicación. Es mayor en tanto
que la repercusión y visibilidad de los clubes en todo el mundo depende en gran
medida de este aspecto. El control que estos entrenadores ejercen sobre el
contenido de los mensajes, su número, los destinatarios de las entrevistas y la
plantilla es férreo. Las consecuencias derivan en lo inevitable: cuando
personas que carecen de formación en un área se encargan de ella, llega el
desastre.
No comprenden las entidades que si bien su estrellato
depende de los triunfos, su estabilidad y promoción dependen de su imagen. Lo
primero puede ser proporcionado por esos entrenadores, lo segundo suele recaer
en que el club sea reconocible y transmita cuestiones con las que los
aficionados se identifiquen para compartirlas. Mal negocio es limitar el
contacto con estos a través de los medios de comunicación. La universalidad de
la información actual exige a las organizaciones un papel protagonista que debe
ir más allá de veinte textos en las redes sociales y una rudimentaria
conferencia de prensa.
El capital humano de un equipo de fútbol recae en sus
jugadores pero estos se han convertido en joyas inalcanzables incluso para las
portadas de los diarios. Parte de responsabilidad es de los propios
futbolistas, que no comprenden que aparecer en la prensa es bueno para ellos
porque les sitúa ante la opinión pública y les acerca a personas que pueden
seguir sus tendencias comerciales. Entienden que les favorece el mutismo
generado por el club al conceder esta gestión a su entrenador porque piensan
que así trabajan menos. Por encima de todos, la institución es la principal
perjudicada porque se conforma con un discurso plano, rígido y vacío. Sus principios
se desvanecen a ojos de los seguidores y transmiten la sensación de que sus
valores dependen del preparador de turno, convertido a causa de las urgencias
en un ineficaz jefe de prensa.