domingo, 4 de octubre de 2015

Televisión, lo que el fútbol no ve

La escena corresponde a un partido de rugby en el Mundial que se está disputando en Inglaterra pero podría darse en otros deportes: el árbitro duda sobre una de sus decisiones y reclama la ayuda de un compañero, que está apostado frente a un televisor. Todo el estadio observa las repeticiones de la acción dudosa y los televidentes escuchan, además, la conversación entre los protagonistas. Se constata el error, el árbitro pide disculpas, rectifica y a otra cosa mariposa.

Semejante ejercicio de modernidad, decencia y transparencia es impensable en el fútbol. Se trata de un deporte de fallos, según el mantra que hemos aplicado siempre para justificar sus desfachateces. No obstante, la opacidad ha rodeado sistemáticamente la gestión de esta actividad, desde las federaciones a los clubes, los traspasos y los amaños de partidos entre otras tropelías.

Combinar el fútbol y la tecnología para aumentar la justicia en el deporte es un ejercicio que garantiza beneficios a todos sus actores. Es cierto que la dinámica y el ritmo son distintos entre los deportes pero no es menos posible conciliar aspectos de otras disciplinas. La competición ganaría transparencia y espectáculo, por no repetir la equidad que se obtendría. El público entraría en una nueva experiencia, algo que no pueden olvidar los gestores del deporte: el producto es cada vez más parecido y son las vivencias las que marcan el hecho distintivo. Asistir a un partido de fútbol ofrecería un nuevo complemento.

Los jugadores tendrían que reconsiderar el miserable teatro que realizan por norma en el fútbol. La valoración detenida de sus comportamientos adecentaría sus actuaciones y además les ofrecería la certeza de que las decisiones arbitrales son correctas. Estos, los árbitros, se humanizarían y perderían la imagen prepotente de estar por encima de los demás participantes de la oferta que transmiten en no pocos casos. Hay que entender que a estas alturas la autoridad es compatible con el hecho de compartir el espectáculo y que entre todos pueden contribuir a su desarrollo. El periodismo obtendría nuevas herramientas para el análisis y el relato de los encuentros.

En suma, muchas buenas consecuencias que contrastan con la inmovilidad del fútbol. Los dirigentes no han tenido jamás la sensibilidad para entender y complacer a sus grupos de interés y han convertido al deporte más popular en el coto más privado, lo que representa una incomprensible paradoja en la que se ha confundido la tradición con la dejación.



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