La escena corresponde a un partido de rugby en el Mundial
que se está disputando en Inglaterra pero podría darse en otros deportes: el
árbitro duda sobre una de sus decisiones y reclama la ayuda de un compañero,
que está apostado frente a un televisor. Todo el estadio observa las
repeticiones de la acción dudosa y los televidentes escuchan, además, la
conversación entre los protagonistas. Se constata el error, el árbitro pide
disculpas, rectifica y a otra cosa mariposa.
Semejante ejercicio de modernidad, decencia y transparencia
es impensable en el fútbol. Se trata de un deporte de fallos, según el mantra
que hemos aplicado siempre para justificar sus desfachateces. No obstante, la
opacidad ha rodeado sistemáticamente la gestión de esta actividad, desde las federaciones
a los clubes, los traspasos y los amaños de partidos entre otras tropelías.
Combinar el fútbol y la tecnología para aumentar la justicia
en el deporte es un ejercicio que garantiza beneficios a todos sus actores. Es
cierto que la dinámica y el ritmo son distintos entre los deportes pero no es
menos posible conciliar aspectos de otras disciplinas. La competición ganaría
transparencia y espectáculo, por no repetir la equidad que se obtendría. El
público entraría en una nueva experiencia, algo que no pueden olvidar los
gestores del deporte: el producto es cada vez más parecido y son las vivencias
las que marcan el hecho distintivo. Asistir a un partido de fútbol ofrecería un
nuevo complemento.
Los jugadores tendrían que reconsiderar el miserable teatro
que realizan por norma en el fútbol. La valoración detenida de sus
comportamientos adecentaría sus actuaciones y además les ofrecería la certeza
de que las decisiones arbitrales son correctas. Estos, los árbitros, se
humanizarían y perderían la imagen prepotente de estar por encima de los demás
participantes de la oferta que transmiten en no pocos casos. Hay que entender que a estas alturas la autoridad es compatible con
el hecho de compartir el espectáculo y que entre todos pueden contribuir a su
desarrollo. El periodismo obtendría nuevas herramientas para el análisis y el
relato de los encuentros.
En suma, muchas buenas consecuencias que contrastan con la
inmovilidad del fútbol. Los dirigentes no han tenido jamás la sensibilidad para
entender y complacer a sus grupos de interés y han convertido al deporte más
popular en el coto más privado, lo que representa una incomprensible paradoja
en la que se ha confundido la tradición con la dejación.
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